Petro en Haití: Diplomacia de seguridad, historia compartida y geopolítica latinoamericana

Por Redacción Teclalibre

En un momento crucial para el Caribe y la región andina, el presidente colombiano Gustavo Petro ha realizado una visita oficial a Haití, la segunda en lo que va de año, cargada de simbolismo y contenido estratégico. Esta visita, que incluyó reuniones de alto nivel con autoridades haitianas, forma parte de una ofensiva diplomática regional que busca no solo ampliar la influencia de Colombia, sino aportar soluciones concretas a una de las crisis más profundas que vive el continente.

Petro fue recibido por el primer ministro haitiano Alix Didier Fils-Aimé y el presidente del Consejo Presidencial de Transición (CPT), Fritz-Alphonse Jean, con quienes abordó temas centrales.

En el centro de la conversación está el interés de Colombia en convertirse en socio estratégico en la recuperación del Estado haitiano, hoy fragmentado por el control territorial de las pandillas y un vacío político que persiste desde el asesinato de Jovenel Moïse en 2021.

A diferencia de otras misiones internacionales, Petro plantea una cooperación más horizontal. No se trata de una intervención militar al estilo ONU, sino de formación táctica, asesoramiento técnico, intercambio de inteligencia y entrenamiento policial.

Colombia, que en su propio territorio ha enfrentado guerras internas, narcoparamilitarismo y crimen urbano, pone sobre la mesa una experticia construida en combate y negociación, un valor agregado que Haití valora en medio de su proceso de reconstrucción institucional.

La presencia de Petro en Haití no es una casualidad. El Caribe se está convirtiendo en un eje estratégico del nuevo mapa geopolítico latinoamericano. Colombia, al igual que México y Brasil, está desplegando una política exterior más activa, más autónoma frente a Washington y más orientada a alianzas Sur-Sur.

La apertura de una nueva embajada colombiana en Puerto Príncipe y el fortalecimiento del consulado son gestos que apuntan a institucionalizar una relación que históricamente ha sido secundaria.

Petro lo dijo sin ambigüedades: “Haití fue el primer país libre de América Latina, el primero que nos ayudó. Es hora de retribuir”.

Un Haití al borde del colapso
La situación en Haití es crítica: Más del 90 % de Puerto Príncipe está en manos de bandas armadas; más de 4,800 muertos y más de un millón de desplazados desde 2024;e l Estado no tiene control de sus puertos ni de gran parte de su capital; la economía opera en informalidad total, y la inseguridad alimentaria alcanza niveles históricos.

Frente a este panorama, la visita de Petro representa una inyección de legitimidad al proceso de transición haitiano, liderado por el Consejo Presidencial de Transición, al que Colombia reconoce y apoya activamente.

Petro no evitó el tema sensible: el papel de ex militares colombianos en el magnicidio de Moïse. En un gesto político poco común, pidió disculpas al pueblo haitiano. Fue una maniobra audaz, pero necesaria, que puede ayudar a reconstruir la confianza entre ambos pueblos.

Este gesto también reubica a Colombia en el escenario internacional como un país dispuesto a asumir su responsabilidad histórica y política, en contraste con la lógica de negación o silencio que predomina en otros gobiernos latinoamericanos.

El viaje de Petro a Haití se puede leer como parte de un reposicionamiento regional, en el que Colombia no solo busca liderar desde lo militar o lo comercial, sino desde lo moral y lo simbólico. En el contexto de una Latinoamérica cada vez más multipolar, esta visita establece un nuevo estándar en la diplomacia de proximidad: cooperar no por mandato externo, sino por convicción histórica.

En un mar de indiferencia internacional ante la tragedia haitiana, Petro no se limita a discursos. Su presencia en Puerto Príncipe representa una jugada diplomática audaz, que combina principios bolivarianos con pragmatismo regional. Es un llamado a que los países latinoamericanos asuman la reconstrucción de Haití como un deber colectivo y no como una carga ajena.

Colombia, desde su experiencia y sus cicatrices, ofrece lo que pocos están dispuestos a dar: solidaridad operativa, memoria histórica y responsabilidad compartida.

 

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