Política sin compromiso

Por Manolo Pichardo

Ahora, ser un político anodino es moda. La insipidez es incluso calculada. No saber nada ni instruirse no es obstáculo para iniciar y desarrollar una carrera “política”, porque ésta está cada vez más cerca del espectáculo. Todo es cuestión de marketing – imagen y mensaje- que pueda enternecer al público, penetrar en las fibras de sus emociones para provocar llanto, tristeza o nostalgia; inducir a la sonrisa, la risa o la carcajada. La cuestión es lograr empatía, esta manoseada palabra que rellena todos los discursos sin discriminar objetivos ni compromisos; pues la cuestión, en el fondo, es tener la envoltura que quieren los menos exigentes -la mayoría- para aparecer en las encuestas.

 

El objetivo del marketing es vender un producto; no educar para que el político elabore planes que vayan en beneficio de la colectividad. El colectivo es un instrumento para el individuo, no al revés, como debería ser. Por ello, no importa que el contenido sea dañino, pues como en la Coca Cola, lo que se busca es que se consuma. Para tales fines, el envase es clave, fundamental; de ahí, el diseño y los colores. Pero, aunque el contenido no tiene que ser nutritivo, si debe ser aditivo. Entonces el azúcar se convierte en esencial: la palabra vacía que enganche. No importa que ésta se lance sin ancla en un programa, ya que éste es una formalidad que sólo tiene como fin complacer a una parte minoritaria del electorado con cierto nivel de conciencia, pero sin peso electoral.

En la palabra que se busca para el enganche se recurre a la mentira, por ello, de candidato -pseudo político- se desboca enredando su futuro en promesas falsas y, ya de funcionario público, se hunde en incumplimientos, pues no se le puede pedir peras al olmo, porque el peral siempre dará peras jugosas y el olmo sámaras secas y livianas. Y es que, no hay cuestión que penetre más que lo simple, que lo que no se cultiva, como la cizaña que se propaga sobre las mentiras propaladas para crear falsas percepciones que influyen en el ánimo público y en la banalidad de la sociedad del espectáculo, sin visión de futuro y autodestructiva.

Para justificar la banalización del ejercicio de la política que, según estudiosos de las ciencias sociales, es ciencia y arte, se habla de “la nueva política” que no se sabe en qué consiste; pues es un término absurdo que nunca definirá una profesión u oficio de carácter científico que debe centrarse en el estudio sistemático de las cuestiones de Estado y de la dinámica de las estructuras que le preceden o le son contemporáneas, lo que quiere decir que la política es y será la misma siempre, como lo ha sido desde que el hombre se organizó socialmente antes de la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción y la conformación del Estado. En lo relativo a su condición de arte, la política se centra en una destreza creativa para gestionar asuntos estatales, a los fines de administrar conflictos provocados por intereses diversos que chocan con frecuencia y marcan la dinámica de la sociedad.

En fin, que en este escenario teatral no se pueden asumir posiciones polémicas ni chocar con el poder económico o fáctico, aunque éstos lastimen los intereses de las mayorías, porque lo políticamente correcto en la “nueva política” es callar y responder al marketing que lleva a la indiferencia, la insensibilidad y deshumanización a que conducen la ausencia de causas y compromisos que no dejan cuños ni huellas, ni impronta, ni legado que sirva de referente.

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