Revolución de abril de 1965.

El 26 de abril, temprano en la mañana, aviones P-51 y Vampiros de la Fuerza Aérea Dominicana comenzaron a bombardear el Palacio Nacional y los campamentos 27 de Febrero y 16 de Agosto.

El bando constitucionalista contraatacaba utilizando cañones y ametralladoras antiaéreas. En la capital dominicana no había más que histeria y una espantosa carnicería.

Aviones de caza y bombarderos de San Isidro disparaban sus ametralladoras y arrojaban sus bombas, causando graves daños a la población civil.

Personas consideradas enemigas de la causa constitucionalista eran detenidas por las turbas y linchadas en plena calle. La situación era de muerte y de caos generalizado.

Los agentes del orden público permanecían encerrados en sus recintos ofertando una neutralidad imposible de sostener.

Ciudadanos extranjeros residentes clamaban antes sus respectivas representaciones diplomáticas su pronta salida del país.

Mientras tanto, la guerra civil tomó un nuevo giro, esta vez, favorable a las tropas de San Isidro: la Marina de Guerra, que hasta entonces había permanecido neutral, se inclinó a favor del bando wessinista. Alrededor de las 2 de la tarde de ese mismo día, unidades navales apostadas frente a las costas de la ciudad de Santo Domingo comenzaron a bombardear el Palacio Nacional, en aparente coordinación con los aviones de San Isidro.

Un regimiento de tropas del Ejército al mando del general Montás Guerrero avanzó desde la ciudad de San Cristóbal hacia el Este con el propósito de atacar el flanco occidental de los constitucionalistas.

La Policía Nacional entró de nuevo en acción deteniendo y atropellando civiles y ametrallando las posiciones militares de los sublevados.

Al atardecer de ese día, todavía caían sobre la ciudad de Santo Domingo proyectiles disparados desde barcos y aviones que parecían anunciar el principio del fin.

A los efectos deprimentes de los reveses y a la falta de confianza en la victoria que se irradiaba de la dirección política del bando constitucionalista, venían a sumarse los efectos desalentadores de los bombardeos que presagiaban la inminencia de una batalla casa por casa y de una lucha cuerpo a cuerpo.

La línea divisora del frente de combate no existía. Se combatía en todos los sitios. En la tarde del 26 de abril, un tanque MX constitucionalista disparó contra el cuartel de la policía de la avenida Bolívar, muriendo en el acto todos los agentes que allí se encontraban. Dos compañías de artillería de los sublevados que venían conteniendo el avance de las tropas de San Isidro sobre el Puente Duarte fueron arrasadas por el fuego aéreo y de artillería pesada.

Entre los distintos grupos que sostenían la lucha o por lo menos el contacto quedaba espacios que nadie vigilaba.

Creyendo que todo estaba perdido y que nada quedaba por defender, el presidente provisional Rafael Molina Ureña buscó refugio en la Embajada de Colombia. Cientos de militares constitucionalistas abandonaron sus armas y regresaron a sus hogares. La dirección política y la cúpula militar del bando constitucionalista quedaron así seriamente resquebrajadas.

En el bando de los militares sublevados imperaba un gran desconcierto que solo suplía el entusiasmo y la fe en la victoria de los mejores hombres.

El 26 de abril en la noche, varios tanques de San Isidro habían cruzado el puente Duarte y establecido una cabeza de puente en la margen occidental de la ría Ozama.

Parecía que ya nadie podía detenerlos. La noche de ese día, lo que quedaba del mando militar constitucionalista con el capitán de fragata Ramón Montes Arache y el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó a la cabeza, decidieron defender las posiciones que todavía conservaban.

Los jefes militares rebeldes pasaron la noche del 26 de abril tomando contacto con las menguadas fuerzas existentes; impartiendo órdenes de organizar nuevas unidades de combate; designando nuevos mandos; situando las unidades militares mejores organizadas en los puestos de mayor peligro; y estableciendo un sistema de comunicaciones que permitiera una dirección de conjunto.

A tiempo en que se adoptaban esas y otras medidas, a los combatientes constitucionalistas se les instaba a resistir sin ceder un solo palmo de terreno.

La colaboración y la disposición a la lucha y al sacrificio no tardaron en manifestarse. Las tropas constitucionalistas de nuevo estuvieron dispuesta para el combate.

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