Sin balance, es borrosa la perspectiva
Por César Pérez.
La izquierda tiene que darse una imagen realmente democrática, lo cual significa la defensa de los valores de la democracia sin importar dónde ni el color de régimen que los limites o suprima.
La conclusión de todo balance mínimamente serio sobre la realidad que vive el mundo actual es que vivimos un momento de generalizada y profunda crisis. Difícilmente se encuentre un sistema político, sin importar su signo o continente donde este se encuentre que, con sus gradaciones, no dé muestra inequívoca de estar en crisis, siendo es el sistema capitalista hegemonizado por los EEUU donde más saliente es esta circunstancia. También están en esa situación los diferentes bloques existentes, articulados o no y sin importar sus regímenes políticos. Pero lo que más me abruma es la crisis de alternativa en que discurre la acción de las fuerzas político-sociales que desde diversas posiciones se reclaman del cambio.
Nunca como hoy se había presentado una situación en que el sistema capitalista, si bien conserva su dominación, no ejerce una clara hegemonía (aceptación). Son múltiples y variadas las grandes movilizaciones de protestas que en las últimas décadas se suceden en todo el mundo sin tangibles resultados. Nosotros, como país, incluidos. Sin embargo, nunca ha sido tan clara debilidad de las fuerzas del cambio en su lucha contra ese sistema y es que la complejidad del mundo hace insuficientes muchos de los asertos teóricos que les sirvieron de base, lo cual las obliga a un balance sobre porqué se ha producido esta circunstancia. Hasta el momento, por menos aquí, no hemos hecho ese balance.
En las últimas semanas el periódico Acento ha entrevistado a más de una docena de dirigentes de izquierda, los cuales han pasado una suerte de balance de la práctica de esta corriente, pero la reflexión ha sido esencialmente local careciendo de una necesaria y específica referencia a experiencias de otros países para, con una perspectiva regional y mundial, tener mayor conocimiento de nuestra realidad. Pienso que de ese balance resultará inequívoco que, en Occidente, en esta época, la vía electoral es el escenario de la lucha política y que desde la segunda década de siglo XIX ninguna insurrección, ni ningún movimiento de protesta, por más extenso que haya sido, se ha constituido en poder.
De la constatación de ese hecho, y por la complejidad del mundo actual, se ha impuesto el aserto político que indica, hasta ahora, que la democracia constituye el escenario fundamental de la lucha política, lo cual, más que antes, obliga a tener un cuerpo de ideas que en línea general definan el tipo de sociedad que se quiere. Por consiguiente, las fuerzas que asuman esa táctica de lucha como estrategia tienen que ganar lo que Antonio Gramsci llamó hegemonía; vale decir, el consenso, la aceptación de vastos y plurales sectores de la sociedad. Si no se gana el apoyo de esos sectores, difícilmente podrán disputar con éxito el poder a quienes lo detentan. Y, de lograrse, sin hegemonía la unidad será efímera y el proyecto de cambio, de instaurarse, de precaria sostenibilidad.