Ucrania: La caída de una colonia
Oleg Yasinsky
Para empezar, me gustaría definir bien la idea de la palabra «Ucrania», usada habitualmente por los medios para definir un territorio en la Europa Central. Poco o nada tiene que ver con su maravillosa cultura, su bella música o hasta con la lengua ucraniana, pues están ya prácticamente extintas o, más bien, destruidas. Junto a su verdadera historia y a su glorioso pasado soviético, logró su mayor auge. Lo curioso es que hasta el mismo idioma ucraniano, el hermano más cercano del ruso, que fue artificialmente contrapuesto al ruso e impuesto a la población mayoritariamente rusoparlante, ha sido tergiversado y mutilado para «occidentalizarlo», alejando al máximo sus palabras de «la lengua del invasor».
Igual como la denominación «América», que es usada por el imperio del norte para nombrarse a sí mismo, reemplazando a decenas de países tan o más americanos que los Estados Unidos de América, pues ni un nombre propio tienen, la actual «Ucrania» representa la destrucción final del Estado ucraniano, la grotesca profanación de la cultura e historia ucranianas, y en su proyecto político no representa absolutamente nada lo ucraniano. El origen del término geográfico «Ucrania» («Ukraina», en ruso y en ucraniano) tiene siglos, proviene de las palabras rusas «U kraya», que quiere decir «en el borde», referido a su ubicación en el mapa respecto a Rusia, ya que se encontraba en el límite suroeste del Imperio ruso. Como podemos entenderlo ahora, estaba al borde de un abismo.
La tragedia de Ucrania está entrando a una nueva fase, tal vez, a la final. Ya que el país desde hace años perdió los restos de su soberanía, no nos distraigamos con las opiniones de Zelenski y analicemos mejor las miradas y opiniones de sus amos.
En las últimas semanas, el periódico The New York Times y otros medios «democráticos», con plena seguridad libres de ser «la propaganda rusa», publicaron unos horrorosos reportajes desde Ucrania, donde las patrullas militares en las calles y plazas públicas ucranianas van cazando a jóvenes para convertirlos en carne de cañón. En realidad, esta «novedad» pronto cumplirá dos años, pues hace sólo un par de meses hablar de estos temas era condenado y etiquetado como la «narrativa de Putin».
El 20 de diciembre, el diario The Washington Post eliminó de su portada la columna permanente de noticias sobre Ucrania. Todo indica que no es sólo hastío del tema o el cambio de las prioridades externas militares, que miran al Oriente Medio. Los analistas occidentales se van dando cuenta de la urgente necesidad de cambiar su proyecto y su discurso hacia el gobierno de Kiev, porque la actual situación se ve como insalvable.
A pesar de los grandes éxitos mediáticos de la propaganda antirrusa en el espacio internacional informativo, dominado por los de siempre, y donde la pantalla televisiva ahora está completada por las redes sociales con sus algoritmos programados, el absurdo y el horror de esta tragedia, preparada y gatillada por los EE.UU. y sus aliados europeos, se hace cada vez más evidente.
A pesar de todo el apoyo económico, militar y periodístico, el poder de Kiev ha demostrado su absoluta incapacidad, no sólo para gobernar el país, sino también para administrar la colonia a la altura de las expectativas de sus dueños.
Mientras, Rusia, a pesar de todos los pronósticos, con bastante éxito resistió el bloqueo occidental y retomó una clara iniciativa en el campo de operaciones militares; sus adversarios de dan cuenta de que el tiempo trabaja en contra de ellos y de que sus objetivos iniciales contra Rusia, claramente, han fracasado.
Quizás, lo más importante es evidenciar que toda la economía y el relativo bienestar económico de Europa Occidental se convierten en una de las principales consecuencias de esta guerra. Si según el plan inicial, los autores intelectuales de este crimen estuvieron dispuestos a sacrificar a la población ucraniana, incluso a sus élites, ahora que el conflicto rebota con fuerza hacia todo el Viejo Continente, pone en peligro al poder político, incluso al anglosajón, y abre las puertas a un caos con consecuencias impredecibles.
Para replantear el fracasado proyecto y buscar una posible fórmula nueva para desestabilizar a Rusia y a China, como primer paso se podría convertir al gobierno de Zelenski en un chivo expiatorio, explicando la evidente derrota del plan A. Por ejemplo, por la «corrupción» o incluso por la «crueldad» del gobierno ucraniano, movilizando como siempre a todos sus grupos de «derechos humanos», que, controlados y financiados por sus grupos trasnacionales, «condenen» a ese terrible régimen. No es nada nuevo, lo mismo se ha hecho con muchísimas dictaduras o democracias bananeras en América Latina y el mundo, cuando por alguna razón empezaron a estorbar o simplemente dejaron de ser útiles a Washington. «EE.UU. no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes», dijo el sexto presidente del país norteamericano, John Quincy Adams.
Creo que sería lógico esperar que cambiando al jefe del régimen actual de Kiev por otra marioneta menos desgastada políticamente, sus mandos busquen convencer al mundo y a Rusia de que ese gobierno «será diferente», para que, como de costumbre, se pueda ganar tiempo, con el fin de revertir la situación militar que ahora amenaza con perder el control sobre Ucrania.
A pesar de la aparente gran diversidad que hay, de los posibles sucesores de Zelenski en el bestiario político ucraniano, es muy importante entender que todas las fuerzas que se mueven en el campo legal del país son producidos, formados, formateados y aprobados por la CIA y que ninguno de ellos podría representar algún tipo de alternativa al régimen nazi.
El mundo debe entender que para construir una paz duradera en el corazón geográfico de Europa no hay ni habrá otra alternativa que la derrota total y definitiva de los dueños del actual régimen de Kiev en todos los territorios que alguna vez conocimos como Ucrania. Esta también sería la única manera de poner fin a la gran tragedia de su pueblo, engañado y sacrificado. No es un conflicto entre Putin y Zelenski, como nos cuenta la prensa, sino uno de los mayores teatros de operaciones militares de la guerra más mundial de todas, entre las corporaciones y la humanidad.