Un frágil alto el fuego, rechazadas la modificaciones de Hamás y la destrucción calculada de Gaza

Elijah Magnier.

Foto tomada de Giubbe Rosse News

A menos que la política internacional cambie radicalmente, Gaza seguirá siendo un monumento a lo que ocurre cuando el poder no está controlado y los derechos humanos son opcionales.


Resumen:

Este artículo examina la campaña militar en curso de Israel en Gaza, que revela una estrategia de destrucción sistemática encubierta por la ilusión de negociaciones para un alto el fuego. Analiza la propuesta de tregua mediada por Estados Unidos, liderada por el enviado Steve Witkoff, aprobada por el primer ministro Netanyahu, pero destinada al fracaso, ya que excluye una contribución palestina significativa y rechaza los principales cambios de Hamás. Con más del 70 % de Gaza bajo control israelí, las infraestructuras en ruinas y las condiciones humanitarias al borde del colapso, el artículo sostiene que el alto el fuego nunca se concibió para traer la paz, sino más bien para favorecer la supervivencia política de Israel, al tiempo que se continúa con una campaña de desplazamiento y devastación. A través de un relato detallado, expone la naturaleza calculada de la guerra y la complicidad diplomática que la sustenta.

El artículo:

Israel controla ahora más del 70 % de la Franja de Gaza. Durante esta ofensiva, su campaña militar ha destruido sistemáticamente viviendas, infraestructuras, instituciones públicas y estructuras civiles vitales en las zonas ocupadas.

La destrucción va mucho más allá de cualquier objetivo militar legítimo: comunidades enteras, incluyendo casas, hospitales y escuelas, han sido arrasadas.

Rafah, una ciudad que antes estaba densamente poblada ha sido especialmente devastada, con imágenes de satélite que muestran barrios enteros reducidos a cenizas. No se trata de daños colaterales, sino de una demolición calculada.

El objetivo es cada vez más claro: garantizar un breve alto el fuego —posiblemente más corto que los 60 días propuestos—, justo el tiempo necesario para liberar a un número determinado de prisioneros israelíes durante la primera semana, para luego romper la tregua y reanudar la campaña.

La estrategia general sigue siendo la misma: borrar los cimientos físicos y sociales de la vida palestina en Gaza, al tiempo que se preserva la supervivencia política del Gobierno israelí y de su frágil coalición, en la que ministros de extrema derecha han amenazado abiertamente con derrocar al Gobierno si la guerra se detiene durante 60 días.

Para Netanyahu, mantener la guerra no es solo una estrategia de conquista, sino una estrategia de supervivencia política.

El jefe del Estado Mayor israelí, Eyal Zamir, ha declarado que la guerra continuará independientemente de las negociaciones para el alto el fuego. Su declaración presagia una estrategia más amplia: desmantelar Gaza, tanto en la superficie como bajo tierra, minar cualquier forma de estabilidad y privar a la población de la capacidad de recuperarse.

No se trata solo de una operación militar, sino de una campaña para borrar Gaza como territorio funcional. Los túneles subterráneos, descritos durante mucho tiempo como una táctica de Hamás, se han convertido ahora en una justificación para la destrucción generalizada de amplias zonas urbanas.

Los esfuerzos por lograr un alto el fuego liderados por el enviado presidencial estadounidense Steve Witkoff no han dado ningún resultado.

Su última propuesta, aprobada provisionalmente por el primer ministro Benjamin Netanyahu, preveía una pausa de 60 días en las operaciones militares, aunque ni siquiera este periodo ha sido garantizado. La propuesta no mencionaba ningún alto el fuego permanente, omitía la retirada de las tropas israelíes y no preveía ningún compromiso para la reconstrucción o la protección de la población civil.

Según los términos, Hamás estaba obligada a liberar con vida a la mitad de los rehenes restantes y a devolver decenas de cadáveres de ciudadanos israelíes, muchos de ellos asesinados por los bombardeos israelíes, no por Hamás.

Básicamente, el acuerdo no ofrecía ningún marco para una distensión a largo plazo ni para un diálogo político. Su concepción restrictiva reflejaba más el cálculo político de Netanyahu que un interés genuino en poner fin a la guerra. Incluso la idea de una tregua temporal desencadenó amenazas por parte de miembros clave de la coalición de Netanyahu.

El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, una de las figuras más intransigentes del Gobierno, prometió públicamente derrocar la coalición si la guerra se detenía durante 60 días, lo que pone de relieve la fragilidad del poder de Netanyahu y la importancia de la guerra para su supervivencia política. Por su parte, Hamás mostró una aceptación condicional del alto el fuego, pero propuso modificaciones clave.

Aceptó liberar a 10 rehenes israelíes, pero escalonó su liberación a lo largo de 60 días para garantizar el cumplimiento constante del alto el fuego. Hamás también pidió libertad de movimiento para los palestinos entre el norte y el sur de Gaza, así como una distribución justa y transparente de la ayuda humanitaria.

Miles de camiones ya esperaban en la frontera con Jordania y en Rafah, cargados con alimentos y medicamentos esenciales. Hamás insistió en que la distribución de la ayuda fuera gestionada por agencias de las Naciones Unidas, y no por un contratista privado estadounidense que opera bajo la supervisión israelí.

Witkoff rechazó categóricamente estas demandas. Su inquebrantable alineamiento con las condiciones israelíes no dejó lugar a compromisos.

Netanyahu, beneficiándose políticamente de la lealtad de Witkoff, permaneció en silencio. Con el enviado estadounidense manejando las posiciones israelíes como si fueran suyas, Netanyahu quedó libre para eludir tanto la responsabilidad como la flexibilidad diplomática.

Esta solución le permitió eludir tanto las reacciones negativas internas como el control internacional, al tiempo que seguía dando la impresión de comprometerse en actividades diplomáticas.

Este acuerdo nunca se concibió para poner fin a la guerra. Sirvió como maniobra política para aliviar la presión interna sobre Netanyahu, que se enfrenta a crecientes críticas de las familias de los prisioneros y a la presión de los medios de comunicación que exigen una intervención.

Garantizar la liberación de 10 rehenes (de los que se cree que quedan 20) contribuiría a apaciguar la disidencia y a sostener su frágil coalición. Para Netanyahu, el momento es estratégico: un alto el fuego que parece de carácter humanitario también sirve como instrumento para calmar los disturbios políticos en su país.

Pero Netanyahu no siente el peso de la presión estadounidense sobre su cuello. Con Steve Witkoff como enlace directo entre los objetivos israelíes y la diplomacia estadounidense, Netanyahu no ve ninguna limitación significativa por parte de Washington.

La alineación entre Witkoff y los líderes israelíes ha permitido a Netanyahu actuar con impunidad, confiando en que la cobertura diplomática estadounidense se mantendrá independientemente del coste humanitario.

Las críticas europeas también son ignoradas. Netanyahu y su Gobierno han mostrado una hostilidad abierta hacia las condenas extranjeras, en particular hacia los líderes europeos que acusan a Israel de crímenes contra la humanidad por el hambre y los continuos asesinatos de civiles en Gaza.

En lugar de comprometerse diplomáticamente, el Gobierno de Netanyahu responde a los ataques con aire desafiante. El presidente francés Emmanuel Macron, por ejemplo, tuvo que hacer frente a duras respuestas de los ministros israelíes después de pedir un alto el fuego y advertir contra los ataques a civiles.

En lugar de una distensión, los dirigentes israelíes acusaron a Macron de hipocresía, y algunos ministros llegaron a insinuar que Francia había perdido credibilidad moral debido a su propia historia colonial.

Este contraataque retórico forma parte de una estrategia más amplia para deslegitimar cualquier crítica externa, posicionando a Israel como víctima y juez.

La propuesta de Witkoff también incluía disposiciones para aliviar —aunque manteniendo el control administrativo conjunto de Estados Unidos e Israel— la crisis humanitaria en Gaza, pero también se trataba de medidas transaccionales.

La ayuda alimentaria se ofreció como parte del intercambio, no como un derecho. Y la realidad sobre el terreno hace que incluso este salvavidas sea mortal.

Los corredores humanitarios existentes son estrechos, peligrosos y están constantemente vigilados. Los testimonios de los testigos describen el caos en los centros de ayuda, donde las personas no solo buscan comida, sino que también huyen de los disparos.

Los palestinos se ven ahora aplastados en zonas seguras cada vez más reducidas, obligados a acudir a los puntos de distribución de alimentos aprobados por Israel.

Estas zonas se han convertido en lo que se conoce como “trampas mortales”, donde las fuerzas israelíes abren fuego con regularidad. La desesperación por conseguir comida se convierte en un arma y el hambre se utiliza como cebo.

Según organizaciones humanitarias internacionales, muchas familias se ven obligadas a elegir entre el hambre y el riesgo de morir en estos lugares. El término “acceso humanitario” ha quedado vacío de significado, ya que el propio viaje es a menudo mortal, ya que las personas recorren kilómetros para llegar a estos centros superpoblados y desesperados, donde la promesa de ayuda va acompañada del riesgo constante de muerte.

A pesar de la implicación estadounidense, está claro que Estados Unidos no está actuando como mediador honesto. Cada movimiento diplomático de Witkoff es examinado previamente por Israel.

Estados Unidos actúa como intermediario de la política israelí, no como fuerza neutral. En consecuencia, las negociaciones están estructuradas para servir a los objetivos de Israel, no a la paz. Esta alianza, profundamente arraigada en intereses estratégicos compartidos, ha dejado de facto de lado cualquier mediación verdaderamente independiente.

Y estos objetivos son explícitos. Tanto Israel como Estados Unidos están de acuerdo: Hamás debe ser eliminada y Gaza debe ser radicalmente transformada.

El plan incluye el “desplazamiento voluntario” de más de dos millones de palestinos, una expresión que enmascara el carácter forzoso del desplazamiento y se hace eco de la Nakba de 1948, cuando 750 000 palestinos fueron expulsados de sus hogares y nunca se les permitió volver. El lenguaje actual puede estar edulcorado, pero la política refleja el modelo histórico de despoblación mediante la violencia.

Esto no es antiterrorismo: es el exterminio de una población, un proyecto calculado de ingeniería demográfica. Los funcionarios israelíes hablan de “encontrar otro lugar”para la población de Gaza. El objetivo no es solo derrotar a un grupo armado, sino erradicar toda una comunidad.

El desplazamiento es el fin. El silencio de las instituciones internacionales no hace más que reforzar la probabilidad de este resultado. Las agencias de las Naciones Unidas, abrumadas y con fondos insuficientes, han lanzado advertencias, pero rara vez han sido respaldadas por medidas de control o de rendición de cuentas.

El Gobierno israelí también ha adoptado una retórica abiertamente deshumanizadora. Declaraciones como “no hay civiles en Gaza” sirven de cobertura para los bombardeos indiscriminados. Según esta lógica, barrios enteros se convierten en objetivos militares.

Con más de 54 000 muertos y más de 200 000 heridos, el alcance de la devastación es espantoso. La tasa de víctimas civiles ha superado la de muchos conflictos modernos, y sin embargo las reacciones internacionales siguen siendo moderadas.

La hambruna se ha convertido en un arma. Con las fronteras cerradas y la ayuda limitada, la escasez de alimentos se aprovecha para debilitar la moral y obligar a la sumisión. Las familias sobreviven con pienso, hierba y agua contaminada. Las tasas de malnutrición infantil se han disparado y la infraestructura sanitaria general se ha derrumbado bajo el peso del bloqueo y los bombardeos. Y todo ello continúa con la aprobación y el apoyo logístico de Estados Unidos.

Mientras cada propuesta deba ser aprobada por Israel, será imposible una verdadera negociación. Los convoyes de ayuda humanitaria se enfrentan a obstáculos burocráticos y ataques aéreos, incluso cuando están coordinados con socios internacionales.

El principal fracaso de todas las negociaciones de alto el fuego es la negativa a comprometerse a poner fin definitivamente a las hostilidades. Una pausa temporal que permita el rearme y la continuación de la ocupación no es paz. Es una táctica para prolongar la guerra bajo otro nombre. Peor aún, ofrece la ilusión de la diplomacia, al tiempo que facilita una mayor destrucción.

Lo que está sucediendo en Gaza no es daño colateral. Es una estrategia. Las bombas destruyen más que simples edificios: borran la memoria, la historia y la identidad.

La propuesta de alto el fuego no es un camino hacia la paz. Es una breve pausa en un proyecto de borrado. Arquitectos, historiadores y archiveros advierten que el patrimonio cultural de Gaza está siendo sistemáticamente arrasado junto con su población.

En este contexto, la diplomacia se convierte en una cortina de humo. Mientras Israel y Estados Unidos sigan alineados con la ocupación total y la transformación de Gaza, no podrá haber un verdadero proceso de paz.

La población de Gaza está excluida del diálogo, su destino lo deciden potencias externas que discuten su futuro sin reconocer nunca sus derechos ni escuchar su voz. Ningún marco creíble ha incluido nunca las voces palestinas como participantes en pie de igualdad, a pesar de décadas de expropiaciones y resistencia.

La historia no considerará esto como un fracaso negociador. Lo considerará como complicidad. La destrucción de Gaza es deliberada, sistemática y apoyada por quienes afirman estar a favor de la paz.

A menos que la política internacional cambie radicalmente, Gaza seguirá siendo un monumento a lo que ocurre cuando el poder no está controlado y los derechos humanos son opcionales.

El futuro de Gaza y la integridad del derecho internacional penden ahora de un hilo. Parecen destruidos y expuestos como la montaña de escombros que ahora cubre la Franja, un testimonio de destrucción, no de justicia.

Traducción nuestra


*Elijah J. Magnier es un veterano corresponsal en zonas de guerra y analista político con más de 35 años de experiencia cubriendo Oriente Próximo y el Norte de África (MENA). Está especializado en la información en tiempo real sobre política, planificación estratégica y militar, terrorismo y contraterrorismo; su gran capacidad analítica complementa sus reportajes.

Fuente original: Blog Elijah J. Magnier

Fuente tomada: Giuebbe Rosse News

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