Una sociedad de desencuentros, represas y fragilidad

Por Cándido Mercedes. La delincuencia y la violencia como oropel refrendatario de una oligarquía partidaria y un empresariado sin responsabilidad social, que ni siquiera encuentra el curso de la modernidad, no digamos, entonces, de la posmodernidad.

 “¿Qué es una sociedad moderna? Supongamos que nos encontramos ante una sociedad cuya movilidad vertical es baja, cuyas familias son patriarcales, donde el número de hijos es elevado, la producción de bienes es manual y la autoridad política se basa en justificaciones tradicionales de resabio carismático no dudaremos en calificarla de tradicional y, haciendo un juicio de valor, de atrasada o subdesarrollada…”.  (Salvador Giner).

América Latina y el Caribe no solo es la Región que acusa mayores niveles de desigualdad y violencia, sino que engloba la ruta de fragilidad más ostensible en la alternabilidad política. Somos y constituimos el campo más débil en la continuidad del Estado y, pesarosamente, el espacio más cruento en el entendimiento y compromiso de la gestión de los conflictos. El otro, dentro de un mismo territorio, es no solo el adversario, lo vemos como el “enemigo”.

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