El baño: vieja creencia absurda.

Por Farid Kury

En la Edad Media, con la expansión de las grandes pandemias, los pensadores pensaron que el agua era una de las causas principales de esas enfermedades. Entonces se declaró una guerra contra el agua. Uno lee esas cosas ahora y lo menos que uno hace es asombrarse y reírse.

En esa época desaparecieron los baños públicos, que fueron muy populares en Egipto, Grecia y Roma, dando lugar al llamado baño “en seco”, que consistía en pasarse un paño seco por las partes más expuestas del cuerpo, cara, brazos, etc.

A esas creencias contribuyó mucho la Iglesia Católica, cuyos líderes consideraban el aseo como “un lujo innecesario y pecaminoso”. En la medida que se expandía el cristianismo, perdía valor el baño.

Cuando el Almirante Cristóbal Colón con sus tres carabelas llegaron al “Nuevo Mundo” observaron que los nativos se bañaban mucho. Contrario a los europeos, los indígenas amaban el agua.

Colón informó a los Reyes Católicos de ese detalle. Entonces la reina Isabel ordenó: “No deberán bañarse con tanta frecuencia como hasta aquí lo han hecho porque, según nuestros informes, les causa mucho daño”. ¿Lo pueden creer?

Esas absurdas creencias predominaban en toda la civilizada Europa. El famoso rey francés Luis XIV se bañaba solo ocasionalmente y por recomendaciones médicas. Y las damas de la alta sociedad se bañaban, como mucho, dos veces por año.

Mi amigo, el acucioso escritor, Hector Silvestre Hijo, escribe: «Durante el siglo XVI los médicos creían que al agua, y muy en especial el agua tibia, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo humano expuesto a las enfermedades más contagiosas.

Los franceses consideraban el baño una actividad poco saludable. El PALACIO DE VERSALLES, construido entre 1661 y 1692 bajo las órdenes de Luis XIV, uno de los complejos arquitectónicos más impresionantes de Europa, no tenía un solo baño».

En la conquista del nuevo mundo, que como toda conquista, fue a sangre y fuego, los españoles trajeron e impusieron muchas costumbres y creencias. Pero si algo no lograron fue cambiar la costumbre de los nativos de bañarse todos los días. Ahí la influencia se dio a la inversa. Los europeos terminaron aceptando que el agua no es dañina ni es pecaminosa ni es portadora de epidemias. Y por suerte, arrancaron a bañarse, como debe de ser, todos los días.

 

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