El Estado de Derecho: la garantía constitucional que en el Bipartidismo habilita el reordenamiento político.
Por Juan Carlos Espinal.
En los diálogos que cada semana desarrollamos en el observatorio de medios de comunicación www.redsocialcodi.com observamos un marcado interés de amplios segmentos de la opinión pública nacional advirtiendo sobre el fin de las garantías constitucionales, el derrumbe de las instituciones nacionales y el advenimiento del estado fallido.
Considerando el zig-zag histórico que representan las experiencias de los gobiernos de Antonio Guzmán, 1978-1982; Salvador J. Blanco,1982-1986; Hipólito Mejía, 2000-2004 y Luis Abinader, 2020-2028, deberíamos argumentar qué, en contraste con los períodos gubernamentales de Leonel Fernández de entre 1996-2000; 2004-2012 y, Danilo Medina, – entre los años 2012-2020-, los gobiernos del PRD y del PRM han generado una legítima preocupación.
Pero para que la pasión del burocratismo partidista no opaque nuestra capacidad crítica cabe contrastar las tendencias sociales, políticas y económicas de fondo, tanto de los gobiernos del PRD como los del PLD y PRM.
Algunos teóricos asimilados pudiesen considerar que en el fondo de la cuestión este ejercicio dialéctico contiene buenas noticias.
Otros escépticos, —entre los que me incluyo, — veremos aspectos problemáticos e inclusive dramáticos.
Pero, nos guste o no, lo cierto es que los gobiernos 1996-2000; 2004-2012 y 2012-2020 han terminado de asimilarse de manera positiva entre amplios segmentos de la población, superando las embestidas que, más por la derecha gobernante que por la izquierda colaboracionista, amenazan su existencia.
En efecto, a raíz de la persistencia del fascismo e inclusive del resurgimiento de las derechas en América Latina y el Caribe, en el último lustro vemos el reflejo de un proceso de normalización de la dependencia al Departamento de Estado de los Estados Unidos, es decir, un profundo arraigo del neo colonialismo en relación con sus raíces nacional-populares.
De esta manera, la derecha económica gobernante se define en antítesis a las demás derechas, sean éstas oficialistas u opositoras, más por una postura ideológica defensiva y conservadora que por aspectos propositivos y transformadores.
La derecha política opositora Dominicana continúa exhibiendo una colocación ideológica más centrista, institucional y moderada, más o menos explícita según las circunstancias.
Esto refleja una tendencia regionalista pero que tras la división en el PLD su empuje había sido contenido a escala nacional por la combinación de la ola de movimientos neoliberales de sociedad civil, que entre fines de los años 2012 y principios de los 2000 se unifican con la gran empresa, y que juntos a través de la Marcha Verde u otras entidades supera nacionales abogan por la instalación de un nuevo consenso político.
La re-conducción del cambio que propuso el presidente Abinader o la excepcionalidad a la que luego desde el poder apela el Ministerio Público, de una oposición corrupta —y, por lo tanto, relativa y variable en función del adversario— es un rasgo político que se podía percibir desde la involución del Poder Judicial frente al Ejecutivo en la primera ola de populismo, pero que termina de afirmarse en los años más recientes de persecución política.
En el período final del Gobierno del presidente Abinader quizá se trata de un re-ordenamiento político general, a escala incluso latinoamericana y caribeña, es decir, un efecto geopolítico transversal y sincrónico frente a la crisis pos COVID-19, pero que presenta particularidades geo-estrategicas y aristas nacionales específicas qué como otras tantas que pueden relevarse se agrupan en alianzas opositoras coyunturales, en relación con la continuidad o no del PRM, o la novedad de los distintos liderazgos regionales, distinguiendo a los que se denominan partidos emergentes.
A nivel general, —dejando para otra ocasión el análisis de las especificidades de las izquierdas—, se pueden rastrear los orígenes de este corrimiento hacia la extrema derecha, en el cambio de clima económico y político en Estados Unidos y en Europa.
En lo económico, el consenso de la sociedad civil organizada, los grupos económicos hegemónicos y el gobierno del presidente Abinader terminan con el ciclo de crecimiento económico de pos guerra, agravandose las expectativas con la pandemia y con los efectos de la guerra en Ucrania.
El crecimiento económico era la condición sine que non de la hipótesis de conciliación de las clases sociales, y el estancamiento de esta tendencia marcó casualmente el punto de inflexión política de la Marcha Verde, en la cual prospero la derecha política.
Como contraparte, tras la división del PLD, la derecha económica gobernante alzó la cabeza y levantó la mano, aspirando a representar directamente los intereses de las clases dominantes no dispuestas a negociar a la baja sus privilegios en términos de acumulación de riqueza.
A la re-aparición en escena de las derechas tradicionales, bajo viejos o nuevos roles después de una década de marginalidad política, se sumó la aparición de derechas más abiertamente reaccionarias que nunca antes habían logrado tener protagonismo en la historia Dominicana (salvo cuando entre 1962 y 1978 se escudaron detrás de los militares).
El desdoblamiento sociocultural de la izquierda política las debilitó en apariencia, ya que en realidad la alianza electoral con el PRD o con el PRM expresó su crecimiento cuantitativo, a cuyo interior se inserta la radicalización de un sector que canaliza y capitaliza el rechazo al progresismo.
Se trata éste de un rechazo ideológico de fondo pero también experiencial y coyuntural, ligado a la vivencia de los años de gobierno del PLD en un formato que fue estabilizándose y volviéndose régimen, una modalidad de gestión reformista de lo existente que aspiraba a volverse institucional al confundirse con una forma político-estatal duradera.
Los alcances de la franja radical de la derecha económica gobernante son diversos, (para los neoliberales Abinader llegó sorpresivamente a la presidencia, mientras que para los políticos profesionales Antonio Guzmán, Hipólito Mejía y Salvador J. Blanco siguen siendo, —al menos hasta ahora, — políticos tradicionales).
No obstante, la aparición de todos ellos modificó los equilibrios partidarios existentes y permitió a las derechas tradicionales dos movimientos superficialmente contradictorios : por una parte, se presentaron frente al electorado como liberales moderados de cara a las variantes extremas ; por la otra, aprovecharon su empuje para sostener posturas más radicales en clave conservadora y antiprogresista.
Más allá del debate sobre su caracterización como neofascistas o posfascistas, las asperezas de estas nuevas-viejas derechas del PRM modificaron el escenario político y generaron una alerta que trastocó tácticas y estrategias de la derecha política opositora, en particular las populistas o nacional-populares.
Con la irrupción de Abinader en la escena política apareció lo que podemos llamar el reflejo del frente oligarca.
De manera análoga, la amenaza continuista más allá del año 2028, —real o imaginada— tiende a producir un efecto defensivo de compactamiento opositor que induce la alianza entre las izquierdas, sectores democráticos progresistas o tendencialmente bajo el liderazgo o las posiciones programáticas e ideológicas de estos últimos.
Esta recomposición política de la oposición FP-PLD, en sus últimas consecuencias, al volverse una alianza orgánica y potencialmente con el tiempo permanente, tiende a disolver las diferencias anteriores a la división y anula los márgenes de maniobra de las franjas más conservadoras.
De esta manera, el esquema bipartidista PRM-FP produce el mismo efecto práctico que el sentimiento anticomunista de guerra fría esgrimido en los doce años por la derecha (aunque sus contenidos sean abismalmente distintos a nivel de valores y principios).
En la opinión pública polarizada, a la derecha económica gobernante del PRM les es asignado el papel del partido del orden y al otro el de la barbarie, y viceversa.
Pero, más allá de la eficacia puntual del dispositivo bipolar oficialismo-oposición, para el voto indeciso la diferencia de fondo es que la continuidad o no del PRM se basa en la hipótesis de una amenaza al universo del electorado, que por el momento es inexistente y, por lo tanto, es a todas luces una artimaña o un espejismo partidista sin fundamento, mientras que la posibilidad del vacío politico (o de algo que se le parezca) corresponde realmente a una época de derechización, un ciclo largo iniciado a finales del siglo XX que hemos logrado solo por momentos frenar pero no revertir.
La derecha política opositora puede efectivamente operar temporalmente como un antídoto al desbordamiento de la derecha de todo tipo y color : por ello los opositores son considerados un «mal menor», no solo respecto de una restauración del proceso político en marcha sino también de versiones autoritarias y culturalmente regresivas de un orden jerárquico en última instancia dictado por la lógica del capital.
Al mismo tiempo, la normalización de la construcción de un nuevo gobierno del PRM en clave socialdemócrata o socialiberal (que no pretende siquiera ni puede aspirar a ser revolución) difícilmente podrá clausurar las contradicciones históricas de fondo y su existencia solo puede ser considerada una solución precaria y provisional en tiempos convulsos, en los cuales impera la crisis orgánica y no puede afianzarse ninguna hegemonía duradera.
En tiempos de desestabilización, real o imaginaria, la oposición política aspira ser el paladín —único, de preferencia— de los valores liberal-democráticos, el baluarte del humanismo y de la civilización.
Este clima político, vale la pena señalarlo, es muy distinto al que entre 1978-1986 cobijó la primera ola fondomonetarista.
Aquella ola neoliberal estaba marcada a fuego por el empuje de un intenso ciclo de luchas populares, por el entusiasmo de las izquierdas y la esperanza de una superación del neoliberalismo que permeó los programas y las filas del PRD.
Así, tanto viejos como nuevos burócratas aprovecharon el espaldarazo de los movimientos sociales y entraron, como nunca antes en la historia, de forma sincrónica y duradera a los palacios de gobiernos antes que asediados por el beneplácito de las multitudes.
Bajo formatos distintos, estos gobiernos del PRM contienen elementos deshumanizantes y anti programáticos más que disruptivos.
El talante izquierdista, nacional-popular populista de José Francisco Peña Gómez, está entrevertebrado con las clases subalternas y sus aspiraciones.
Sobre esta base, el PRM fundó su capacidad hegemónica, que ha logrado sostenerla a lo largo de 2 períodos.
A mediano plazo, sin embargo, y una vez pasado el impulso inicial, se mostraron sus pliegues contradictorios.
Los gobiernos del PRM revelaron ser hegemónicamente eficaces pero cuyos restringidos alcances reformistas se tiñen siempre de más conservadurismo.
Su populismo contribuye a desmovilizar a las clases subalternas y a restablecer y garantizar un orden estatal por medio de reformas desestabilizadoras cuyo limitado alcance redistributivo no pasa de ser precario y coyuntural y está sometido a los vaivenes de la economía mundial y los designios de la oposición de turno.
Por ello, a la par de las izquierdas, en el fin de ciclo histórico se asoma el costado de la protesta, producto de un malestar social que empieza a politizarse pero que, —salvo excepciones, — no termina de cuajar en una oposición organizada y durable.
Ese mismo universo social y político de movimientos y organizaciones de sociedad civil que, a pesar de los avances de las derechas y la consolidación normalizada del reducciónismo de la izquierda política, se resiste a desaparecer porque es tan irreductible cuanto los son las brechas societales de las cuales nace.
De allí que la rebelión al estatus quo no es sino que esa recurrente forma política latinoamericana y caribeña de su originalidad en la historia reciente, que ha sido un recurso en contra de la sociedad (salvo excepciones : en la poblada de 1984; en las filas en las estaciones de gasolinas en los años 90s o las quiebras financieras de entre 2000-2004, qué en 2028 podría no tardar en suceder en contra del partido del orden de turno, sea cual sea su coloración y su auto-adscripción, evocando y generalizando el «Que se vaya Ya» de entre 1990-1994, que fue, justamente, un grito de rechazo en contra de la normalización de una alternancia sin alternativa, una derecha neo trujillista que se asimilaba a la centroderecha, asegurando la continuidad del orden neoliberal).
Puede que para la izquierda y la oposición política dominicana en general ya no haya obstáculo para unificarse frente al PRM sino matices, que pueden ser rotos por prejuicios como los que fueron lanzados en ocasión de las recientes protestas en el país contra el PLD.
La normalización y banalización del gobierno del PRM depura las aristas de la contradicción FP-PLD anunciando la caída de un ciclo y fortaleciendo la llegada de otro.
Ahora, al interior de este fenómeno político que es local, caben los ya mencionados prejuicios nacionales y, en particular, como ya mencionamos, cabe señalar que en estos últimos, en los cuales se edifica la esperanza de muchos, la división en el PRM, que ya antes operó en el PRD y el PRSC, opera en el proceso de descenso, no en el REFLUJO, —como en los casos del PLD, — como una parte de la operación de construcción del consenso electoral, de lo que en los diálogos de los ex presidentes con el presidente Abinader se consideró como un inevitable, (para algunos deseable) desarraigo en sociedades neoliberalizadas y/o siempre más atravesadas por un sentido común profundamente anti democrático.
A pesar de que hay que valorar el empuje del descontento social acumulado, detrás del ascenso de los gobiernos del PRM se impuso, ya sea por voluntad, por cálculo o por necesidad, una lógica institucionalista, de apego al orden político existente.
La lógica de la lucha política orientada a la conquista del 50% +1 de los votantes, en tiempos normales, de ordinaria vida cotidiana, fue concebida como un acercamiento al ciudadano elector (con sus vicios y virtudes) mientras que solo en tiempos de emergencia, sea por crisis por arriba o rebeliones por abajo, se abrió, por fuera de los sistemas políticos y electorales, la posibilidad excepcional de un deslizamiento hacia la izquierda política.
No sin dejar la sensación de que otros segmentos poblacionales siguen siendo espacios en que finalmente se rechace radicalmente lo inaceptable de este tipo de gobierno.
Más allá de la indiscutible ruptura simbólica y cultural qué el PRM significa, por su propia composición social y trayectoria histórica, sus dirigentes llegaron al poder con una limitada capacidad y disposición reformista.
La retórica no puede ocultar el corto alcance de las transformaciones que proponen e impulsan.
Por válidas y necesarias que sean, no dejan de ser intervenciones mínimas, de corte sistémico o, peor aún, paliativos.
El principio de equidad que enarbolo el Cambio son valores universales pero dejaron de ser un criterio de distinción de Progreso.
Y el pseudo nacionalismo que Abinader empujó frente a Haití fue una estrategia sin adjetivos que tampoco alcanzó a ser una táctica significativa en este sentido, ni siquiera en nuestra región caribeña interdependiente.
En un contexto de derechización, con el espectro del fascismo rondando, los Ministros del PRM aparentan o son percibidos como individuos con posturas y acciones de conservación o promoción de mínimos y elementales principios de convivencia social.
Así que, normalizados a la cita con la historia parecen mostrar sus límites incluso antes de ser asediados o presionados por la opinión pública conservadora o reaccionaria que, más temprano que tarde, en ausencia de una poderosa antítesis desde abajo, volverán a ejercer su poder de veto y a rellenar su caudal electoral.
Porque al ascenso de la extrema derecha no parece poder hacer frente la paulatina moderación de los siempre más conservadores, que hacen las veces de progresistas simplemente por ser simétricos a las derechas liberales existentes) cuyas sumas aritméticas (por sumar votos y puestos de gobierno) se unen por necesidad más que por virtud.
En los principios elementales de la compresión y la acción política sobre las reglas y las estructuras económicas y culturales que rigen a las sociedades que conforman nuestra específica región del Caribe, es posible que haya que reconocer que la oposición política Dominicana está marcando el camino.