La pandilla trujillista
Pedro Conde Sturla.
Como dice Crassweler, había en este extraño grupo una variedad de personas en términos de personalidad y ortodoxia, es decir, en términos de bajeza moral e intelectual y disponibilidad criminal.
En las tétricas fotos aparecen una y otra vez los miembros de la comitiva, una comitiva de la que Anselmo Paulino, por supuesto, formaba parte, el repulsivo Anselmo Paulino. Era más bien una pandilla integrada por unos personajes ilustres o por lo menos lustrosos, una élite, una asociación de malhechores de la más selecta crema política y militar del régimen de la bestia, que fue generosamente recibida en una audiencia de unos diez minutos en la cámara personal del santo padre, su santidad Pío XII.
Varias fotos recogen la solemnidad del evento, de los grandes momentos que se vivieron en esos históricos minutos. Allí aparecen el papa (que no era el mejor de todos), entre la bestia y Paulino, entre el generalísimo Trujillo, vestido elegantemente de etiqueta, y el mayor general honorífico Anselmo Paulino Álvarez, vestido de militar. El ubicuo y astuto Paulino (el casi segundo hombre fuerte del régimen), el desenfadado creyente en rituales de sombra y brujería, el favorito de la bestia. Paulino en sus últimos días de gloria. Paulino junto al papa, todavía protegido por los luases del vudú.
Al lado de Trujillo, a mano izquierda, figura Joaquín Balaguer, su santidad Joaquín Balaguer, el engendro demoníaco que Crassweller define como un dechado de moralidad y piedad profundas, el mismo que sustituiría en pocos años en el poder a la bestia.
También estuvieron presentes el coronel Pedro Trujillo, hermano de la bestia y miembro de su guardia personal, y estaba presente el capitán Fernando Sánchez y el Sr. Atilano Vicini. Pero además estaba presente, justo detrás de Balaguer, un oficial con gafas oscuras, un personaje tenebroso que daría mucho de que hablar en los peores tiempos de la bestia: el coronel Arturo Espaillat, el célebre asesino y torturador que se ganaría muy merecidamente el apodo siniestro de Navajita. Alguien que helaba la sangre, que inspiraba terror.
Lo que brillaba por su ausencia eran mujeres. A nadie se le ocurrió invitar a uno de esos seres que llaman mujeres a la firma del Concordato. Quizás estaban prohibidas, tácitamente prohibidas.