Al puerco lo ahoga la manteca

Por Melvin Mañón Rossi. Pero el cerdo nunca se lo cree, sigue metiendo el hocico, escarba, muerde, traga y se harta. A la sombra y en el fango refresca su piel se acomoda, rezonga y disfruta hasta que, perdido el sentido, lo mata su propia manteca.

Ninguna imagen es tan parecida a esto como la conducta de los Vicini, Pepín Corripio, los Rizek y en general casi todo el gran empresariado dominicano.

Como los cerdos, acumulan manteca. No disfrutan la ingesta tanto como la sensación de hartura, la panza llena, gozarse el acumulado sin percatarse de las consecuencias porque y, como los cerdos, no asumen, ni piensan, ni suponen ni esperan que haya consecuencias.

¿Por qué habría de haberlas si en tantos años nunca les ha pasado nada?

La cúpula peledeísta que saqueó el Estado dominicano durante casi 20 años y sus cómplices civiles y militares estaban convencidos, sólidamente, de que nunca les sucedería nada, ni tendrían que responder ni serían juzgados. Y tenían razón.

La Revolución Cubana que expropió fortunas bien y mal habidas ya se había olvidado. La Revolución Rusa que hizo lo mismo y a mayor escala estaba demasiado lejos. ¿Quién se iba a recordar de esa vaina de Revolución ahora? ¿No habían fracasado las dos? ¿a qué preocuparse?

La brisa cambió de dirección, pero los cerdos no se dieron cuenta a causa de la hartura que tenían. La manteca atrofia la velocidad, nubla el cerebro y no los deja moverse ni siquiera para cuidarse mejor. Siempre hambrientos, incluso después de una hartura, los puercos quieren seguir comiendo.

Así mismo, este empresariado nuestro, ajeno a todo lo que no sea lucro, oportunidad y ventaja no se percata de que la brisa cambió y un reclamo de venganza recorre y estremece el mundo.

LA ULTIMA PALABRA

El apetito incontenible y desmedido por hacerse con Punta Catalina, la imbecilidad de algunos funcionarios que se la sirven en bandeja, la traición de otros canallas de distinto color pero igual sustancia que los anteriores, las ínfulas de los jóvenes que se creen modernos y solo son cómplices de turno, todos se dan cita en esta conjura de envergadura que ya aprobaron los diputados canallas, que pasa ahora a un Senado vacilante, que debe ser suscrita por un Presidente que no ha querido mancharse pero tampoco romper ataduras y dejarán todos, la última palabra en manos de un pueblo que, a pesar del ruido embrutecedor y la droga, empezó a despertar.

Si siguen adelante, sepan que allí nos encontraremos y sepan también que, de la antigua paciencia y resignación de la gente, queda poco y que ni somos puercos ni estamos dispuestos a vivir en el fango.

Esta nueva humanidad insubordinada prefiere matar el cerdo, freírlo en su propia manteca y degustarlo como chicharrón.

Ahí nos vemos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.