Americanización de la Cultura Dominicana
Escrito en 2009 por el sociólogo José Del Castillo. Esto se publica ahora a propósito de la violencia étnica contra los migrantes haitianos que se ha convertido en xenofobia.
Aunque en los textos escolares se presenta la cultura dominicana como una simbiosis de aportes aborígenes, hispánicos y africanos, lo cierto es que, con el paso del tiempo, en ella han confluido múltiples influencias de diferentes grupos étnicos que han ido enriqueciendo los modos de vida de la población que habita esta media ínsula. En verdad rendimos honor a los taínos cuando desayunamos con yuca, batata, yautía, mapuey (una especie de hostia ligeramente dulce que se derrite en boca), acompañamos con casabe el apetitoso cerdo a la puya hecho al mejor estilo en la primitiva barbacoa o nos engullimos una lustrosa mazorca de maíz. También los honramos al refrescarnos con frutas endémicas como la diurética jagua, la pastosa guanábana, las salutíferas piña y lechosa (ananá en su voz), el mamón, la guayaba y el caimito. Así cuando apelamos al mabí, brebaje del bejuco indio.
Ni hablar del hábitat rural, repleto de bohíos de palma techados de cana, evolución de patrones aborígenes adaptados al tipo de organización familiar criolla. Y la utilería doméstica: batea de madera, higüeros, vasijas de barro, jabas o macutos. La placentera hamaca para mecerse en duermevela con un aromático tabaco. Voces tan terribles como huracán y macana (tan cara a nuestra tradición autoritaria). La canoa y el cayuco, técnicas de pesca como la nasa, trampas para aves, la rítmica maraca, recuerdan la impronta taína. La toponimia está sembrada de sus voces, que se resisten a abandonar el solar natal.
De los colonizadores que más que la lengua que nos envuelve a todos, nos codifica, nos enlaza con el vasto mundo que España conquistó, nos enraíza con la suma de culturas que el ibero trajo a América. La religión católica y su proyecto ecuménico. La arquitectura civil, militar, religiosa, la planta urbanística. Las instituciones políticas (de las más democráticas el cabildo), la centralización y el patrimonialismo, la familia. Costumbres, creencias populares, festividades religiosas, bailes, hábitos alimenticios. La siembra de la caña, la ganadería. Y según viajeros y cronistas franceses que recorrieron la colonia española -quizás en injusto aserto-, nuestra proverbial haraganería. España, en versión moderna, nos siguió nutriendo en el siglo XX de inmigraciones laboriosas, generadoras de importantes empresas, de educadores, artistas e intelectuales, y de órdenes religiosas de benéfica presencia.
Las etnias africanas que nos poblaron en condición original de esclavitud carburaron con su trabajo el inventario de la riqueza material. Su huella está presente en el azúcar, en la ganadería, en la cantería, en el conuco. En el aprendizaje de tantos oficios artesanales que hoy todavía encontramos diseminados en el campo y en los barrios. En aquellas escenas de las lavadoras de ropa con los pechos pletóricos desnudos. Pendiente de estudios monográficos, se palpa su herencia en la religión popular, el sistema de creencias, el baile, el canto, la música, la vestimenta y el decorado personal, en la gestualidad, la culinaria y la alimentación. No en balde el plátano, alimento de esclavos, es hoy maná nacional en sus variadas formas de llegar a nuestra mesa.
Aparte de estas innegables contribuciones vistas sumariamente, la nuestra es una sociedad formada por gente procedente de otras latitudes que trajo consigo su cultura, algunos de cuyos componentes han sido incorporados. Asimismo, la interacción con otras naciones de mayor gravitación en el orden geopolítico, económico y tecnológico, como Estados Unidos que nos ocupó militarmente entre 1916 y 1924 -y volvió a reiterar el gesto en 1965-, ha dejado su huella en la cultura dominicana. De la primera ocupación quedó la guardia nacional que sirvió de pivote posterior a Trujillo, el sistema de tierras, el régimen arancelario, la reorganización de las finanzas, el código sanitario y el laboratorio nacional: el sistema de educación pública y las edificaciones escolares, el plan de obras públicas con las carreteras troncales y un conjunto de normativas establecidas mediante órdenes ejecutivas. Y una mayor dependencia económica, simbolizada en las corporaciones azucareras norteamericanas que dominaron este negocio, retratada por Ramón Marrero Aristy en su emblemática novela «Over».
Tras el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial, con Estados Unidos a la cabeza, el proceso de americanización de la sociedad dominicana tendió a intensificarse. No es fortuito encontrar que el nuevo aeródromo de la capital fuera bautizado como General Andrews, en memoria del general Frank Maxwell Andrews, primer jefe de la fuerza aérea de Estados Unidos y comandante de sus tropas en el teatro de operaciones europeo en 1943.
Algunos avisos de prensa publicados en el diario La Opinión el 28 de noviembre de 1946 dan una idea de la creciente presencia norteamericana. Mientras el Club de la Juventud convocaba a sus socios a participar en el tradicional baile de San Andrés, el sábado 30 de noviembre, la Sociedad de Conciertos INTARIN invitaba a la presentación en el teatro Olimpia del grupo vocal norteamericano Fisk Jubilee Singers, con un programa de piezas clásicas, modernas y de spirituals que tuvo un fuerte impacto de crítica. El Santo Domingo Country Club llamaba a celebrar Thanksgiving, con música a partir de las 10 pm. El Hotel Jaragua, el centro de alojamiento y recreación más importante del país, mediante un arte publicitario de diseño esmerado, invitaba para el jueves 28 al «Thanksgiving Dinner Dance», con la orquesta de Luis Alberti y el servicio de una cena a un costo de $5 el cubierto con vino. La prensa anunciaba el programa de un concierto en la Librería Dominicana ofrecido por una Masa Coral fundada por la señora Carol M. de Morgan, una dinámica educadora norteamericana vinculada a la misión de la iglesia presbiteriana en el país.
Country Club llamaba a celebrar Thanksgiving, con música a partir de las 10 pm. El Hotel Jaragua, el centro de alojamiento y recreación más importante del país, mediante un arte publicitario de diseño esmerado, invitaba para el jueves 28 al «Thanksgiving Dinner Dance», con la orquesta de Luis Alberti y el servicio de una cena a un costo de $5 el cubierto con vino. La prensa anunciaba el programa de un concierto en la Librería Dominicana ofrecido por una Masa Coral fundada por la señora Carol M. de Morgan, una dinámica educadora norteamericana vinculada a la misión de la iglesia presbiteriana en el país.
Pero la mayor influencia norteamericana en la cultura dominicana no se registraba en lo que podríamos llamar la cultura de élite, en la que era importante. Sino que provenía de la expansión de los modernos medios de comunicación de masas (cine, radio, periódicos y revistas, discos fonográficos), de la música (las fabulosas big bands tipo Ellington, Miller, Goodman), de los bienes de consumo masivo, la tecnología (la fotografía, por ejemplo), el uso de los medios de transporte (vehículos de motor, aviación comercial, navegación marítima) y en la afición a los deportes, particularmente el deporte rey, el béisbol, sin descartar el boxeo, el tenis, baloncesto, natación y otras disciplinas. La arquitectura y los modos de vida norteamericanos se diseminaban rápidamente entre las clases altas y medias, plasmándose en residencias de Gascue, edificaciones comerciales modernas de la calle El Conde, y en hoteles como el Jaragua, en los cuales se notaba el art deco de Miami Beach y el estilo Coral Gables.
Revistas como Mecánica Popular, Selecciones de Reader’s Digest, Life, Time, Newsweek, National Geographic, Harper’s Bazaar, Vogue, Mademoiselle, House & Garden empezaban a ganar público, junto al más difundido The Old Farmer’s Almanac, o el Almanaque Bristol, que se regalaba en las farmacias como una cortesía de Murray & Lanman, fabricantes del Agua de Florida y el Tricófero de Barry. El diario El Caribe, dirigido por el periodista norteamericano Stanley Ross, era un periódico estadounidense cosmopolita, al estilo del New York Times o el Washington Post, que otorgaba el mayor relieve a las informaciones de las agencias de prensa (Associated Press y United Press International, mejor conocidas por sus siglas como AP y UPI) y a las firmas sindicadas de columnistas de los Estados Unidos.
La participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial había generado un interés especial del público dominicano en seguir sus incidencias, lo cual se vio reforzado al triunfar los aliados y documentarse en el cine los episodios más señeros de este conflicto bélico. De este modo, junto al cine de Hollywood dedicado a los musicales de Broadway, a las historias de la conquista del Oeste, a los episodios de los gánsteres de Chicago, así como a temas sentimentales o de vida cotidiana, se difundirían con éxito de taquilla los filmes de guerra que tomaban por escenario Europa o el Pacífico. El 5 de octubre de 1946 llegó a Ciudad Trujillo, piloteando su avión «Saludos Amigos», el archipopular actor Tyrone Power, quien hacía un recorrido de buena voluntad por América Latina, acompañado del actor César Romero. Recién había filmado «Al filo de la Navaja», tras ser licenciado de las fuerzas armadas norteamericanas.
Los comics o muñequitos, ya en forma de paquitos, de tiras diarias integradas a El Caribe y La Nación o de suplementos a color publicados en las ediciones de fin de semana, constituían otro medio de expansión de la cultura de masas norteamericana entre la población dominicana. Dick Tracy, Rip Kirby, As Solar, Periquita, Benitín y Eneas, la Pequeña Lulú, Archie, Superman, Batman, Buck Rogers, el Llanero Solitario, el Fantasma, Mandrake el Mago, el Pato Donald, Bug Bunny, Pájaroloco y Mickey Mouse, eran personajes de las tiras impresas. Algunos de ellos aparecían también en series de cine (junto a otros como Jim de la Selva, Flash Gordon, Hopalong Cassidy) y en los dibujos animados de Walt Disney. Con ello se reforzaba la presencia de estas historias en el imaginario colectivo, tanto de niños y adolescentes como de adultos. Sólo Avivato, el Dr. Merengue y Ramona, tiras argentinas, hacían competencia a las norteamericanas. Y por supuesto, en el cine, las películas mejicanas, españolas y algunas argentinas de Sandrini, Gardel y Catica la Gallega (Niní Marshall).
A partir de 1952, al surgir la televisión con La Voz Dominicana -cuya oferta se amplió en 1958 con Rahintel-, se incorporarían series de gran impacto en la vida de los hogares (y su vecindario) con acceso a este nuevo medio. En los años 50 se popularizaron El Teatro del Oeste (presentado por Dick Powell y basado en las historias de Zane Grey), Mi Historia Favorita (introducida por Adolphe Menjou), Cisco Kid, Waytt Earp, Marcado (The Rifleman), Boston Blackie, Patrulla de caminos, I Love Lucy (Lucille Ball), el Show de Loretta Young, Ed Sullivan Show, entre otras series de la TV americana.
Mientras, esta serie, continuará en el próximo capítulo. No se lo pierda.