Por César Pérez
En breve, caminamos hacia una crisis de partidos y del sistema sin que se avizore no solo su superación, sino también hacia dónde podría conducirnos ese caminar.
Durante las últimas cuatro décadas, nuestro sistema político era uno de los más estables de la región. Por momentos quizás el más sólido, pero desde el inicio de la debacle del PLD, esta circunstancia ha ido cambiando significativamente. Diversos indicadores permiten afirmar que entre los partidos que competirán en el próximo torneo electoral, el PRM es el mejor situado, pero este proceso lo enfrenta con dificultades que no tuvo en las pasadas elecciones e igualmente, los partidos que se les enfrentan también tienen serios problemas. Por consiguiente, estamos ante una coyuntura en que se pone de manifiesto la circunstancia que, a diferencia de otros tiempos, tendremos unas elecciones sin que la competencia sea entre por lo menos dos partidos sólidamente plantados.
Los principales partidos que hasta el momento serían la competencia al PRM, tienen difíciles inconvenientes internos y de imagen pública por resolver. Uno de ellos, el PLD, tiene muchos exfuncionarios de su gobierno imputados por la Justicia y señalados por la opinión pública por graves imputaciones de actos de corrupción. Otros viven la angustiosa espera de un llamado del Ministerio Público que dan por seguro e inminente. Esa espada de Damocles pende sobre ciertos dirigentes, inmovilizándolos y obligándolos a la invisibilidad, algo mortal para un político y su partido. En ese tenor, ese partido enfrenta un proceso electoral en condiciones para el inéditas, inciertas y sin nada que ofrecer al electorado, aunque sí muchos de sus principales figuras al brazo de la justicia.
Esa organización, vive un proceso de escogencia de su candidato presidencial en que, según algunos miembros y allegados a ella, los dos candidatos que se le atribuyen mayores posibilidades de alzarse con la nominación son los de mayor rechazo en vastos sectores sociales y políticos, porque de alguna manera, ambos se han visto envueltos en querellas o imputaciones de uso indebido de fondos públicos. Eso profundiza la fosa en que ha discurrido la vida del PLD en los cuatro años y de ella no se avizora que saldría, por lo menos en la ya desencadenada campaña electoral. Los temas de Fuerza del Pueblo son diversos, tiene un proceso de vida interna sin mayores sobresaltos y creciendo a costa del sostenido desprendimiento de peledeistas, básicamente.
Pero tiene dos graves y quizás insuperables hándicaps: primero, un amplio, diversos y numéricamente significativo abanico de fuerzas sociales y políticas entiende que el presidente de ese partido no puede ser desligado de los desafueros de los gobiernos del PLD, que tanto rechazo generan en la población, porque él estuvo al frente de tres de los cinco de ese partido. Segundo, FP es un buen ejemplo del concepto partido persona. Sin su presidente, esa colectividad tiene un futuro decididamente incierto, tiene muy poco tiempo de fundado y carece líderes que exhiban condiciones que garanticen que el partido logre trascender a su presidente y candidato cuando este salga de competencia política.
En cuanto al PRM, tiene la ventaja de que está en el poder, no obstante, esto puede tornarse en desventaja dependiendo de la valoración/percepción de la gente sobre sus ejecutorias de gobierno. Pero, manejar recursos públicos en un país de porosa institucionalidad de alguna manera constituye una ventaja. Tiene algunos problemas que podrían ser irremediables si el partido no hace conciencia de ellos y los enfrenta para resolverlos. Su gobierno no da muestra de definir una política, imprescindible en estos tiempos, de defensa y potenciación de lo público frente a la acción casi siempre corrosiva de lo privado. La defensa de lo público es lo que signa la política de gran parte de los actuales gobiernos de la región.
De igual modo, tiene la dificultad de que asumió el poder apoyado por la alianza de un abanico de fuerzas políticas y sociales que, de hecho, prácticamente se ha disuelto por la indefinición arriba señalada, y por determinadas coincidencias fácticas del gobierno con sectores del ultranacionalismo cerril, circunstancia ésta que convierte a iniciales aliados en adversarios. También se suma como problema, el hecho de que, siendo un partido en construcción, no ha sabido hacer acopio de lo fue el elemento que daba vitalidad y permanente subjetividad a la militancia: el gusto por la unidad en la diversidad, tan cara a Peña Gómez, un imborrable referente. Los resultados de su última convención dicen contrario…y eso a la postre tiene sus costos.
En cuanto a las llamadas fuerzas alternativas, no se nota una significativa superación de sus ancestrales falencias: propensión a las pendencias que provocan fragmentación y espíritu de capilla, lo cual limita las posibilidades de aprovechar el cuadro arriba descrito. Algunos hacen serios esfuerzos para construir un agregado de fuerzas electoralmente significativo, pero los lastra el peso de la vieja cultura de sus pares. En breve, caminamos hacia una crisis de partidos y del sistema sin que se avizore no solo su superación, sino también hacia dónde podría conducirnos ese caminar. Por lo menos eso es lo que indican las preguntas y rostros de incertidumbre que se percibe en los ocasionales diálogos interpersonales y en los inicios de los encuentros en casa de amigos