¿Cuáles son los escenarios futuros de la presidencia de Trump ?
Domenico Moro.
…la nueva administración no tiene en absoluto la intención de permitir el nacimiento de un nuevo mundo multipolar. Sin embargo, queda por ver si Trump y sus sucesores lograrán invertir la tendencia al declive e impedir el surgimiento de un mundo multipolar.
Definir los escenarios futuros de la presidencia de Trump es difícil porque las promesas y declaraciones de campaña tendrán que medirse con una realidad muy compleja para EEUU.
Para entender por qué Trump ganó las elecciones tenemos que mirar el panorama general. EE.UU. atraviesa desde hace tiempo una fase de declive, tanto económico como hegemónico. Rusia y, sobre todo, China están desafiando el dominio histórico de Estados Unidos. Pero hay muchos Estados del Sur global que están cuestionando el viejo orden mundial que se remonta a los Acuerdos de Bretton Woods de 1944, que consagraron el dominio de Estados Unidos y del dólar en todo el mundo.
Para frenar este declive, Estados Unidos, impulsado principalmente por la corriente neoconservadora, ha adoptado en las últimas décadas una política imperialista agresiva que no ha resuelto la situación, sino que ha acelerado su declive.
Esta estrategia agresiva ha sido defendida por el bloque dominante de forma bipartidista. Pero, ante los fracasos de la estrategia adoptada hasta ahora, ha crecido en el seno de la élite dominante una tendencia a cambiar de rumbo.
De hecho, ha surgido una escisión dentro de la clase dirigente debido a la crisis estadounidense, que ha roto el tradicional consenso bipartidista que existía especialmente en política exterior.
La fracción de la élite que está por el cambio ha recurrido a un outsider ajeno a los partidos tradicionales, Trump, y al populismo político, explotando las contradicciones económicas que han empobrecido a millones de estadounidenses.
La virulencia de la campaña electoral, con su tono especialmente encendido, y los intentos de eliminar a Trump por medios judiciales e incluso físicos, son el reflejo de una fuerte tensión política en el seno de la clase dominante estadounidense como no se había observado en mucho tiempo.
Trump cuenta con el apoyo de varios sectores del capital, comenzando por los más innovadores de las criptomonedas y las grandes tecnológicas, representados por Elon Musk, pero también por Jeff Bezos, el dueño de Amazon, quien impidió que el periódico de su propiedad, el prestigioso Washington Post, diera el tradicional apoyo a los demócratas y a Kamala Harris, felicitando luego a Trump, de manera nada previsible, una vez que éste fue elegido.
La estrategia de Trump tiene más posibilidades esta vez. En el primer mandato, la victoria fue casi inesperada y Trump no contaba con el personal político necesario para aplicar sus decisiones. Además, la burocracia, civil y militar, le era hostil. En el segundo mandato, en cambio, Trump llegó preparado, con un personal político adecuado y, sobre todo, leal a él. Trump tiene una edad bastante avanzada y no podrá volver a presentarse en las próximas elecciones, pero se está formando una nueva clase dirigente, relativamente joven, que puede aplicar la nueva estrategia a largo plazo.
Dentro de esta nueva clase dirigente, también está el vicepresidente J.D. Vance, que podría ser el candidato en las próximas elecciones presidenciales. En este nuevo personal político, también hay elementos más jóvenes de los neoconservadores, mientras que los más antiguos y ahora ‘decadentes’ han sido eliminados.
La estrategia política de Trump está en continuidad con la tradicional. Lo que lo diferencia es la forma en que se implementa esta estrategia. Aquí hay una verdadera ruptura con el pasado. Sin embargo, la de Trump no es una estrategia aislacionista, como algunos han querido presentarla.
Trump encaja en el surco del imperialismo estadounidense, con el objetivo declarado de restaurar la posición de hegemonía de Estados Unidos, como queda claro en el lema de la campaña de Trump: “Make America Great Again”.
Está claro que tal programa no puede realizarse replegándose sobre sí mismo, sino proyectándose hacia el exterior, ciertamente de nuevas maneras y con nuevos objetivos, pero siempre con una intervención decisiva en la escena internacional.
Para EE.UU., el aspecto externo, internacional, es decir, su condición (todavía) de potencia hegemónica mundial, es el más importante, por la sencilla razón de que sin el dominio del dólar y de las Fuerzas Armadas estadounidenses, la economía nacional correría el riesgo de derrumbarse.
Por ejemplo, sin el dólar como moneda comercial y de reserva mundial, EE.UU. no podría sostener su doble deuda comercial y pública.
Por esta razón, aunque en la campaña electoral no se dio la importancia necesaria a las cuestiones de política internacional, y predominaron sobre el aspecto exterior cuestiones de política ‘interna’ como la inmigración, el aborto, los aranceles, la inflación y el poder adquisitivo de los trabajadores, etc.
Así pues, los elementos de cambio más importantes están relacionados con la estrategia internacional estadounidense y los aspectos de la política interior que facilitan su aplicación.
Hasta la fecha, la estrategia estadounidense ha estado influida por teorías como la de Zbigniew Brzezinski, polaco de nacimiento, pero nacionalizado estadounidense, asesor de seguridad nacional durante la presidencia de Carter (1977-1981). El análisis de Brzezinski, expuesto en su libro de mayor éxito, “El gran tablero de ajedrez” (1997), se hace eco de las teorías del geógrafo británico Sir Halford Mackinder (1861-1947), fundador de la geopolítica.
Mackinder creía que existía el Heartland, literalmente el “corazón de la tierra”, que representaba el centro del enorme continente euroasiático, que contenía la mayor parte de las materias primas y la población del mundo. El control del Heartland implicaba el control del continente euroasiático, lo que, a su vez, permitía controlar el Mundo. Lo importante es señalar que el Heartland correspondía al Imperio Ruso, de lo que se deduce que quien controla Europa del Este controla el Heartland.
La teoría de Mackinder se basaba en una concepción de la historia y la geopolítica como una lucha entre potencias terrestres y potencias talasocráticas, es decir, potencias que basaban su poder en el control del mar, como Gran Bretaña antes y EEUU hoy.
Su teoría pretendía oponer a Gran Bretaña a la posibilidad de que una potencia terrestre pudiera controlar Eurasia, quizá mediante una alianza entre la altamente industrializada Alemania y la Rusia rica en materias primas.
Brzezinski, que, no hay que olvidarlo, era polaco y albergaba hostilidad hacia Rusia, creía, por tanto, que incluso hoy Estados Unidos debería intentar controlar Europa del Este, impedir que el poder industrial alemán se fusionara con la inmensa riqueza natural de Rusia y, sobre todo, debilitar a Rusia como potencia y como Estado autónomo.
La clave para debilitar a Rusia es la extensión hacia el este de la OTAN, que de hecho ha abarcado a casi todos los países de Europa del Este, presionando así a Rusia hasta sus fronteras. Pero aún más importante es el control de Ucrania, sin el cual, siempre según Brzezinski, no hay poder ruso.
De ahí la “revolución de colores” de 2014 que distanció definitivamente a Ucrania de Rusia. Está claro que, según la estrategia estadounidense, basada en los conceptos mencionados, Europa, especialmente Europa del Este y Ucrania, es la pieza clave de su estrategia y la OTAN el instrumento de esta estrategia, que condujo a la reciente guerra entre Rusia y Ucrania.
Esta estrategia, sin embargo, tiene dos graves defectos.
El primero es que está resultando infructuosa, ya que Ucrania y la OTAN están en proceso de ser derrotadas por Rusia, como señaló el sociólogo francés Emmanuel Todd en “La derrota de Occidente”[i].
La segunda, y más importante, es que el mundo ha cambiado mucho desde 1997, cuando se publicó el Gran Tablero de Ajedrez. El aspecto más importante de este cambio es la emergencia del poder económico y político de China.
El pivote del mundo ya no es el eje atlántico y Europa, sino Asia Oriental y el Indo-Pacífico, donde se concentra la mayor parte de la producción y la población mundiales.
Trump, y sobre todo la fracción de la burguesía estadounidense que lo apoya, creen por estas razones que la “gran estrategia” debe ser recalibrada: ya no contra Rusia sino contra China, a la que se identifica como el verdadero adversario sistémico.
Pero veamos los distintos escenarios que se están definiendo, empezando por el económico.
En primer lugar, hay que señalar que los programas “Make America Great again” han dado un impulso favorable al dólar, que ha subido un 6% frente al euro, a las acciones de las empresas estadounidenses y a Wall Street, que se encuentra justo por debajo de los máximos.
Pero ¿cuáles son las nuevas medidas incluidas en el programa de Trump? Estas medidas son tres. La primera es la reducción del impuesto de sociedades del 21% al 15%. La segunda consiste en la imposición de aranceles del 10-20% a los países ‘amigos’ (Europa) y de hasta el 60% a los ‘hostiles’ (China), con el objetivo de reequilibrar el enorme déficit comercial de EEUU con el resto del mundo y reconstruir su base industrial. La tercera es la lucha contra la inmigración.
Las consecuencias de estas medidas, sin embargo, no serían muy favorables para EEUU. En primer lugar, todas las medidas enumeradas provocarán una mayor inflación, especialmente el aumento de los aranceles, que incrementará el precio de los bienes importados e irá en contra de los intereses de muchos de los que votaron a Trump por la reducción de su poder adquisitivo durante los años de la presidencia de Biden.
En concreto, la reducción del poder adquisitivo de los hogares más pobres sería del 4,2% frente a menos del 1% para los más ricos[ii]. Además, la eficacia de los aranceles es dudosa, ya que los introducidos hasta ahora no han reducido el déficit del comercio exterior ni han contribuido a la reindustrialización de Estados Unidos.
Hay que decir, sin embargo, que los niveles de aranceles anunciados pueden ser sólo una base de negociación para la reactivación, en su momento, de la Organización Mundial del Comercio (OMC) como foro de solución de diferencias de amplio alcance.
En cualquier caso, por ahora, la administración Trump entrante se inclina por los acuerdos bilaterales, en dirección opuesta al multilateralismo típico de la OMC.
En cuanto a los recortes del impuesto de sociedades, esta medida costará al Tesoro estadounidense 600.000 millones de dólares en diez años y se traducirá en un aumento de la emisión de deuda, lo que agravará la carga de intereses, que recientemente ha superado la barrera del billón de dólares.
La deuda total del Estado podría así superar ampliamente el 123% del PIB, nivel en el que se situaba en 2024.
Queda por ver si la reducción del impuesto de sociedades se verá compensada por recortes en el gasto público, que podrían ser identificados por el departamento específico de eficiencia encargado por Trump a Elon Musk.
Así pues, queda claro que, en sus intenciones, Trump pretende favorecer al capital, desde los bancos a la energía, pasando por las grandes tecnológicas, mediante la desregulación, los recortes fiscales y los aranceles proteccionistas.
El otro escenario es el geopolítico, que, como hemos dicho, se espera que sufra un drástico cambio estratégico. Durante su campaña electoral, Trump dijo que pondría fin a las dos guerras en curso, la de Ucrania y la de Oriente Medio, en poco tiempo.
Sin duda, tardará más de lo declarado, pero, dada su intención de centrarse en el Indo-Pacífico y el conocimiento de que mantener abierto el conflicto ucraniano refuerza el eje Rusia-Corea del Norte-Irán, con China justo detrás, parece probable que Trump pretenda poner fin a la guerra contra Rusia, que Ucrania no puede librar sin ayuda estadounidense.
Por no mencionar que Trump se opuso a principios de año a una votación para enviar nueva ayuda a Ucrania y que el presidente de los senadores republicanos, John Thune, aunque no es un trumpiano estricto, ha declarado que colaborará estrechamente con la administración para bloquear nuevas ayudas a Ucrania.
Por último, Tulsi Gabbard, considerada no hostil a Putin ni a Bashar Assad, fue nombrada por Trump directora de Seguridad Nacional. Mientras tanto, la administración Biden acordó el uso de misiles de largo alcance (operados por personal de la OTAN) contra territorio ruso, dejando una patata caliente para Trump cuando tome posesión en la Casa Blanca el 21 de enero.
Una actitud diferente parece definirse con respecto a Oriente Medio. Aquí, el principal objetivo de la administración Trump será Irán, hacia el que está dispuesta a adoptar un enfoque más duro, apostando por el hecho de que la debilidad de Irán hacia Israel no conducirá a la guerra.
Los ministros elegidos por Trump confirman la línea dura contra Irán, al que consideran un enemigo tanto por el riesgo nuclear como en el conflicto de Oriente Próximo.
Mike Waltz, el nuevo consejero de Seguridad Nacional, Marco Rubio, secretario de Estado (ministro de Asuntos Exteriores), y Pete Hegseth, ministro de Defensa, siempre han tenido un enfoque agresivo hacia Irán y China. Después de todo, en su primer mandato Trump se había acercado duramente a Irán, rompiendo el acuerdo nuclear de 2015 firmado por Obama, y poniendo cientos de sanciones.
Además, fue por orden de Trump que Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds, fue asesinado por una incursión estadounidense en Bagdad en 2020. La agresión a Irán puede entenderse no sólo por el liderazgo iraní del eje de la resistencia (que une a Hezbolá, Hamás, los Houthi de Yemen y las milicias chiíes iraquíes con Irán), sino también por el control iraní del estrecho de Ormuz, estratégico para el paso de petroleros, y por el hecho de que casi todos los envíos de petróleo iraní se dirigen hacia el enemigo estratégico de EEUU, China.
Más allá de Irán, el apoyo a Israel se mantiene firme, entre otras cosas porque el equipo trumpiano está compuesto por muchos prosionistas.
El apoyo a Israel, sin embargo, debería limitarse a no empujar a los regímenes árabes ‘moderados’ a los brazos de Rusia e Irán.
Esencialmente, el objetivo de Trump es la revitalización de los Acuerdos de Abraham (2020), que normalizaron las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, ampliándolas quizá a otros regímenes árabes de la zona, empezando por Arabia Saudí.
Quien pagará las elecciones de la presidencia Trump será la UE y Europa Occidental en particular.
Esta última, tras la crisis de Covid-19 y la guerra de Ucrania, ha aumentado su dependencia farmacéutica, energética y militar de EEUU. La llegada de Trump amenaza con asestarle un nuevo golpe. En primer lugar, están los aranceles del 10-20%, que penalizarán las exportaciones europeas a EEUU con un desplome previsto del 25% y una drástica contracción del superávit comercial que había alcanzado los 157.000 millones de dólares en 2023[iii]. Las mayores repercusiones serán para Alemania e Italia, que exportaron a EE.UU. mercancías por valor de 67.300 millones de dólares en 2023 (+3,4% interanual).
Para complicar más la situación, los elevados aranceles a China desviarán muchos productos al mercado de la UE con la consecuencia de empeorar el déficit comercial de esta última con el país asiático. Pero eso no es suficiente, es muy probable que Trump retome el tema del demasiado bajo gasto militar de los países europeos, pasando de la antigua exigencia del 2% del PIB al 3%.
A esto se añade que, en caso de que Trump se desentienda de la guerra, la descarga de Ucrania sobre los hombros de Europa se traducirá en un aumento de las aportaciones de ayuda a Ucrania en un contexto en el que las deudas públicas continentales están bajo tensión.
Pasemos ahora a la pieza central, China. Como se ha mencionado varias veces, para Trump, China es el adversario sistémico y la región Indo-Pacífica es la prioridad estratégica.
La estrategia estadounidense contra China se basará principalmente en la escalada de la guerra comercial mediante la imposición de aranceles muy elevados (de hasta el 60%). La imposición de aranceles, sin embargo, no es una cuestión tan sencilla.
En primer lugar, muchas exportaciones chinas a EE.UU. pasan por terceros países como Vietnam, Australia y otros países orientales.
En segundo lugar, China dispone de poderosas armas de represalia, que se basan, en primer lugar, en restringir las exportaciones de materias primas estratégicas para la transición energéticaque no son fácilmente sustituibles por otras cadenas de suministro. En segundo lugar, China puede a su vez imponer aranceles a las importaciones que dificultarían el acceso de las empresas occidentales al enorme mercado chino.
Además de en el plano comercial, la estrategia trumpiana hacia China se expresa también en el plano militar estratégico, es decir, en la construcción de un cinturón de contención ofensivo en torno a China, quizá mediante la ampliación del radio de acción operativo de la OTAN en el Pacífico o, más probablemente, en la construcción de una OTAN del Pacífico.
En este sentido, cabe mencionar que en 2021 se fundó Aukus, una asociación estratégica entre EE.UU., el Reino Unido y Australia para la contención de China en el Indo-Pacífico.
La posibilidad de un conflicto abierto y directo se ve dificultada por la interdependencia entre China y EEUU, pero las razones para el estallido de un conflicto siguen ahí, empezando por la cuestión de Taiwán, que Pekín considera parte de su territorio nacional y que ocupa una posición estratégica muy importante, situada como está a sólo 150 kilómetros de la costa de China.
Taiwán no sólo hace problemático el tránsito a mar abierto para la armada china, sino que, sobre todo, representa un cuchillo en la garganta de la República Popular.
Resumiendo lo dicho en este excursus, la presidencia de Trump estará cualquier cosa menos orientada a renunciar al papel hegemónico de EEUU. Por el contrario, estará dirigida a reconstruir las condiciones materiales y políticas del dominio mundial estadounidense, que se ha ido resquebrajando en las últimas décadas. En cualquier caso, la nueva administración no tiene la menor intención de consentir el nacimiento de un nuevo mundo multipolar. Pero está por ver si Trump y sus sucesores serán capaces de invertir la tendencia al declive e impedir el nacimiento de un mundo multipolar.
Sintetizando lo dicho en este recorrido, la presidencia de Trump estará lejos de renunciar al papel hegemónico de los Estados Unidos.
Por el contrario, estará orientada a reconstruir las condiciones materiales y políticas del dominio mundial estadounidense, que se ha ido debilitando en las últimas décadas.
En cualquier caso, la nueva administración no tiene en absoluto la intención de permitir el nacimiento de un nuevo mundo multipolar. Sin embargo, queda por ver si Trump y sus sucesores lograrán invertir la tendencia al declive e impedir el surgimiento de un mundo multipolar.
Traducción nuestra