Cuando la pasión orienta la política

César Pérez

Nada le importa la soberanía, lo que les interesa es el poder político y para ello manipulan la emotividad y pasión que se derivan de las migraciones cuando esa cuestión es enfocado desde la perspectiva del nacionalismo cerril.

Es sorprendente ver cómo se ha producido en nuestro país una insólita convergencia entre una variopinta y tradicionalmente irreductible oposición política y social con un gobierno. Indudablemente que la pasión y la emotividad, dos de los elementos consustanciales al nacionalismo cerril, hoy más que nunca constituye el pegamento de esa convergencia en torno al tema de la migración haitiana hacia nuestro país. Eso dificulta la creación de un ambiente que permita el imprescindible diálogo para encontrar la vía hacia la superación de una crisis que se torna inmanejable y en una madeja de la que salir podría ser costoso para el gobierno y muy gravoso para el país.

En gran medida, la exacerbación de ánimos y de lo que algunos autores llaman la política de pasiones, en muchos países ha conducido a matanzas y espantosos holocaustos, inducidas por la acción de pequeños grupos a través de la difusión de miedos y mitos que no solo arrastran a gobiernos y sociedades hacia equívocos y a conflictos internos y en las relaciones con otros países, sino que hacía borrosas las identidades nacionales.

El presidente de la República inició un sostenido proceso de reclamo a los países más directamente relacionados con la crisis que acogota Haití para que contribuyan a sacarlo del marasmo, pero asumió una retórica que, consciente o inconscientemente, lo sintoniza con el referido grupo.

Todo proceso de regulación migratorio contempla la cuestión de las expulsiones, pero son las circunstancias las que determinan la asunción de ese recurso, pero con el debido proceso. En este caso, el gobierno dice que está cumpliendo ese principio, pero son incontables los casos de expulsión al margen del debido proceso y de eso dan su testimonio y rechazo nueve sacerdotes y sus respectivas parroquias de la provincia de Dajabón, cuando denuncian actos de franca violación de derechos humanos, de expulsión de niños que no conocen Haití y sin que se tenga certeza alguna sobre la suerte que estos correrían en ese país. Dicen ellos, con toda razón, que las autoridades militares y policiales que se ocupan de los apresamientos y expulsiones carecen del número y la formación profesional adecuada para llevar a cabo un proceso de expulsión masivo.

Otro equívoco en que ha incurrido este y anteriores gobiernos es que parece no entender que el tema migratorio no puede enfrentarse con políticas de pasiones, porque en ese tema confluyen factores históricos, económicos, sociales y de derechos humanos cuya observación, de hecho o de derecho, es vinculante a la generalidad de países del mundo y eso no es lesivo a la soberanía de nadie. Simplemente son normas de convivencia universal imprescindibles. Sin embargo, los grupos más radicales, con tendencias autoritarias y de desprecio a valores claves de la democracia, siempre han mantenido un discurso y una estrategia de desconocimiento a estos valores y con alevosía mezclan migración y nacionalismo, pero en perspectiva electoralistas.

Con esas posiciones han creado una madeja que va envolviendo a diversas expresiones políticas y sociales y en ella ha caído este gobierno. Desafortunadamente. A esos grupos nada le importa la soberanía, lo que les interesa es el poder político y para ello manipulan la emotividad y pasión que se derivan de las migraciones cuando esa cuestión es enfocado desde la perspectiva del nacionalismo cerril. A eso han apostado FP, el PLD y otros sectores en la antesala del venidero proceso electoral, montándose en una política migratoria del gobierno basada en una la política de las pasiones que, sobre todo en los procesos electorales, conducen a este mundo hacia el despeñadero. En el caso nuestro, perderán quienes económicamente más tienen, pero al final el mayor perdedor será país todo

 

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