El éxito de la mediocridad

Por Manolo Pichardo

Pienso que la mediocridad es una condición opuesta al mérito que se abre espacio mediante el atajo y el mínimo esfuerzo. Aunque de entrada no luce atractiva en una organización, suele, en nuestro medio, instalarse en todo el tejido de las formaciones con facilidad, ya que para el mediocre las reglas no existen, y el cambio de ellas en el juego, es progresivo y accidentado; todo dependerá del momento, la coyuntura y los resquicios que se abran en la dinámica de los procesos internos y externos que les ponen en la mira oportunidades para los zarpazos.

El mediocre está al acecho de las ideas ajenas para plantearlas como propias; intriga para generar confusión y sacar ventaja en situaciones de conflicto. Cuando se plantea “metas” incluye en su catálogo de acciones la traición, la lisonja, la distracción, el engaño y la compra de voluntades. Y, en el marco de esa tónica, hace una exhibición excesiva de lealtad a la causa, al que la lidera o representa, como forma de ganar favores y ocultar sus verdaderas intenciones. En esta brega logra desarrollar un fino olfato que suele combinar con una verborrea seductora, a veces, con una calculada prudencia y, siempre, con un servilismo que no llega al empalago a fin de hacerse imprescindible.

El mérito -alcanzado con talento y esfuerzo- y la mediocridad, asisten constantemente a una batalla que desgasta más al que tiene la atribución más noble, pues su camino es más pesado y empinado. El opuesto se conduce hacia su propósito sin los frenos de la ética en la profesión, ni pruritos morales. El ascenso individual del mediocre es un descenso cuasi automático de la organización, porque el mediocre no tiene formación, y como no tiene formación, no puede articular planes ni proyectos, entonces contamina con sus falencias a todo el cuerpo, dejando aislados los órganos vitales, a los que no puede acceder el mérito, a pesar de estar dotado de la instrucción y la formación necesarias para gerenciar con éxito una formación.

El Siglo de la Humillación en China estuvo precedido por el abandono de la meritocracia, pues durante el reinado del joven emperador Tongzhi, su madre Cixí, gobernó por él en calidad de regente, recurriendo a la venta de posiciones en el gobierno, traficando con influencias y favoreciendo a amigos, con lo que creó un torbellino de desplazamientos de los individuos seleccionados sobre la base del mérito y el talento. Al poco tiempo, la dinastía Qing estaba infestada de mediocres e incapaces que debilitaron a China, lo que aprovechó Occidente para poner a la nación milenaria de rodillas.

Romper con la estricta tradición de impulsar el mérito para abrirle la puerta a la mediocridad, llevó al gigante asiático a perder su soberanía mediante tratados desiguales, pagos de indemnizaciones y pérdida de parte de sus territorios, como Hong Kong, luego de la primera y segunda guerra del opio. Además, y no es cuestión menor, los conflictos internos que estuvieron marcados por traiciones a la patria, impactaron en la integridad del territorio chino.

Los mediocres, a veces, hunden proyectos con la complacencia de un liderazgo inseguro que le teme a la sombra del talento, en razón de que no entiende que éste, más que mellar su poder, lo refuerza, porque en la medida que el proyecto muestra fortaleza, en esta misma medida se traslada a la cabeza visible. Sin embargo, en medio de este miedo se cuela el mediocre, y la ecuación segura se resume en el éxito de éste, el fracaso del líder y el hundimiento del proyecto colectivo.

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