El mundo ya no funciona de esa manera

Alastair Crooke.

Imagen: GETTY IMAGES.

La Primera Guerra Mundial indicó el fin del orden mercantilista que se había desarrollado bajo la égida de los poderes europeos. Cien años después, un orden económico muy diferente estaba en su lugar (el cosmopolitismo neoliberal). Mientras sus arquitectos creen que es universal y eterno, la globalización atravesó el mundo por un amplio momento, pero luego comenzó su subsidencia desde su cenit, precisamente en el instante en que Occidente ventilaba su triunfalismo con la caída del Muro de Berlín. La OTAN -como el sistema regulador del orden- abordó su «crisis de identidad» presente pujando por la expansión hacia el este en dirección a las fronteras occidentales de Rusia, ignorando las garantías que se le habían dado, y las objeciones virulentas de Moscú.

Esta alienación radical respecto a Rusia disparó su giro hacia China. Europa y Estados Unidos, no obstante, se negaron a considerar las cuestiones de «equilibrio» adecuado dentro de las estructuras globales, y simplemente pasaron por alto las realidades de un orden mundial en crucial metamorfosis: con el continuo decline de Estados Unidos ya evidente; con una falsa «unidad» europea que enmascara sus propios desequilibrios inherentes; y en un contexto de estructura económica hiper-financiarizada que letalmente absorbió el jugo de la economía real.

Por lo tanto, la actual guerra en Ucrania claramente es un complemento: el acelerador de este proceso existente de descomposición del «orden liberal». No es su centro. Fundamentalmente geoestratégico en su origen, la explosiva dinámica de la desintegración contemporánea puede ser vista como un retroceso en su desajuste hasta la búsqueda de soluciones de diversos pueblos a la medida de sus civilizaciones no occidentales, y hasta de la insistencia occidental de su orden de «modelo único». De este modo, Ucrania es un síntoma, pero no es per se el desorden más profundo en sí.

Tom Luongo ha resaltado -en conexión con los «turbios» y confusos eventos de hoy- que lo que más teme es a mucha gente analizando la intersección de geopolítica, mercados e ideología, y hacerlo con tan notable complacencia.

“Hay una sorprendente cantidad de sesgo normalizado en la expertocracia (punditocracy), demasiado ‘las cabezas más frías prevalecerán’ y poco de ‘cada quien tiene un plan hasta que es golpeado en la boca’ (Nota del Traductor: Mike Tyson dixit)».

Lo que la réplica de Luongo no explica del todo es la estridencia y la indignación con que se encuentra cualquier duda sobre la acreditada ‘expertocracia’ del momento. Claramente, hay un miedo más profundo que acecha en lo más profundo de la psique occidental que no está siendo del todo explícita.

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El miedo más profundo de las élites occidentales es que todos los referentes de la vida liberal -por razones que ellos no comprenden- están a punto de ser barridos (Foto: Archivo)

Wolfgang Münchau, antes en el Financial Times, ahora escribiendo en EuroIntelligence, describe cómo tal espíritu canonizado implícitamente ha encerrado a Europa en una jaula de dinámicas adversas que amenazan su economía, su autonomía, su globalismo y su ser.

Münchau refiere cómo tanto la pandemia como Ucrania le enseñaron que una cosa era proclamar un globalismo interconectado «como cliché», pero «es otra cosa observar qué sucede realmente en el terreno cuando esas conexiones se desgarran (…) Las sanciones occidentales se basaban en una premisa formalmente correcta pero engañosa -en la que yo mismo creía-, al menos hasta cierto punto: que Rusia es más dependiente de nosotros que nosotros de Rusia (…) Sin embargo, Rusia es un proveedor de materias primeras básicos y secundarios, de las que el mundo se ha vuelto dependiente. Pero cuando el más grande exportador de estas materias primas desaparece, el resto del mundo experimenta escasez física y subida de precios».

Continúa:

¿Hemos pensado en esto? ¿Los ministros de Exteriores que elaboraron las sanciones discutieron en algún momento qué harían si Rusia bloqueara el Mar Negro y no permitiera que el trigo ucraniano saliera de los puertos? ¿O pensamos que podemos abordar adecuadamente una crisis de hambruna global señalando con el dedo a Putin?

La cuarentena nos enseñó mucho sobre nuestra vulnerabilidad en el impacto a las cadenas de suministro. Ha hecho recordar a los europeos que solo hay dos vías de despachar bienes masivamente a Asia ida y vuelta: ya sea por contenedor o por ferrocarril a través de Rusia. No tuvimos un plan para una pandemia, ningún plan para una guerra, ni para cuando ambas cosas suceden al mismo tiempo. Los contenedores están atrapados en Shanghái. Las vías férreas están cerradas por la guerra (…)

No estoy seguro de que Occidente está preparado para afrontar las consecuencias de sus acciones: inflación persistente, reducción de la producción industrial, menor crecimiento y mayor desempleo. Para mí, las sanciones económicas son como un tiro a la sien de ese concepto disfuncional conocido como El Occidente. La guerra en Ucrania es un catalizador de una descomunal des-globalización.

La respuesta de Münchau es que, a menos que se llegue a un acuerdo con Putin, con la remoción de las sanciones como un componente, contempla «el peligro de un mundo convertido en sujeto de dos bloques comerciales: Occidente y el resto. Las cadenas de suministro serán reorganizadas para mantenerse dentro de ellos. La energía, el trigo, los metales y las tierras raras de Rusia aún serán consumidos, pero no aquí; nosotros [solo] nos quedamos con los Big Macs».

Así, de nuevo, «uno» busca una respuesta: ¿Por qué las euro-élites son tan chillonas y apasionadas en su apoyo a Ucrania y arriesgan un infarto por la pura vehemencia de su odio sobre Putin? Después de todo, la mayoría de los europeos y estadounidenses, hasta este año, sabían casi nada sobre Ucrania.

Conocemos la respuesta: el miedo más profundo es que todos los referentes de la vida liberal -por razones que ellos no comprenden- están a punto de ser barridos. Y que Putin lo está haciendo. ¿Cómo «nosotros» podemos navegar la vida sin puntos de referencia? ¿Qué será de nosotros? Creíamos que la forma de ser liberal era ineluctable. ¿Otro sistema de valores? ¡Imposible!

Así que, para los europeos, el final de la guerra en Ucrania debe rearfirmar de manera crucial su propia identidad (incluso a costa del bienestar económico de sus ciudadanos). Históricamente, este tipo de guerras han terminar con acuerdo diplomático sucio. Dicho «final» probablemente sea suficiente para el liderazgo de la Unión Europea (UE) para darla como una «victoria».

Y hubo un gran empuje diplomático de la UE para persuadir a Putin de hacer un trato, apenas la semana pasada.

Pero (parafraseando y desarrollando a Münchau), una cosa es proclamar la conveniencia de un armisticio negociado «como cliché». «Otra cosa es observar lo que realmente sucede en el terreno cuando la sangre está siendo derramada para colocar los hechos sobre la tierra (…)».

Las iniciativas diplomáticas occidentales tienen como premisa que Rusia necesita una «salida», más que Europa. ¿Es eso cierto?

Otra vez, parafraseando a Münchau: «¿Hemos pensado en esto? ¿Los ministros de Exteriores que elaboraron los planes de entrenar y armar a la insurgencia ucraniana en el Dombás con la esperanza de socavar a Rusia, discutieron en algún momento qué efecto podría tener su guerra y su desprecio expresado por Rusia en la opinión pública rusa? O qué haríamos ‘nosotros’ si Rusia simplemente optara por poner los hechos sobre el terreno hasta que terminara su proyecto (…) ¿O si acaso examinamos la posibilidad de que Kiev perdiera, y qué significaría eso para una Europa cargada hasta las branquias con sanciones que luego no terminarían nunca?».

La ilusión por un acuerdo negociado ha dado pie a un estado de ánimo lúgubre en Europa. Putin fue intransigente en las reuniones con los líderes europeos. Se está comprendiendo en París y Berlín que un acuerdo amañado no es algo que beneficia a Putin, ni tampoco puede permitírselo. El estado de ánimo de la sociedad rusa no aceptará fácilmente que la sangre de sus soldados fue gastada en una labor inútil, que terminara en un compromiso «sucio», solo para que el Occidente resucite una nueva insurgencia en Ucrania contra el Dombás otra vez, en un año o dos.

Los líderes de la UE deben estar percibiendo su difícil situación: puede que hayan «perdido el barco» de obtener un «arreglo» político. Pero no han «perdido el barco» respecto a la inflación, la contracción económica y la crisis social en casa. Estos barcos están dirigiéndose hacia su dirección, a todo vapor. ¿Los ministros de Exteriores de la UE reflexionaron sobre esta eventualidad o se dejaron llevar por la euforia y la narrativa acreditada que emana de los países bálticos y Polonia de «Putin Hombre Malo»?

Este es el punto: la obsesión con Ucrania esencialmente no es más que el encubrimiento sobre las realidades de un orden global en descomposición. Esto último es la fuente del trastorno más amplio. Ucrania no es más que una pequeña pieza en el tablero de ajedrez, y su resultado no cambiará fundamentalmente dicha «realidad». Incluso una «victoria» en Ucrania no garantizará la «inmortalidad» al orden neoliberal basado en reglas.

Los gases nocivos que emanan del sistema financiero global están totalmente desconectados de Ucrania, pero son mucho más significativos porque llevan al corazón del «trastorno» dentro del «orden liberal» occidental. ¿Quizás es este temor tácito primordial lo que explique la estridencia y el rencor dirigidos a cualquier alteración de la mensajería sancionatoria relacionada a Ucrania?

Y el sesgo normalizado de Luongo en debate nunca ha estado más en evidencia (aparte de Ucrania) que cuando se aborda la extraña auto-selectividad de la opinión angloestadounidense sobre su orden económico neoliberal.

Como cualquier sistema, señala James Fallows, un exredactor de discursos de la Casa Blanca, el sistema político y económico angloestadounidense descansa en ciertos principios y creencias. «Pero en lugar de actuar como si estos fueran los mejores principios, o los que prefieren sus sociedades, los británicos y los estadounidenses suelen actuar como si estos fueran los únicos principios posibles; y que nadie, salvo por error, podría elegir otros. La economía política se convierte en una cuestión esencialmente religiosa, sujeta al inconveniente habitual de cualquier religión: la incapacidad de entender por qué la gente ajena a la fe puede actuar como lo hace».

Para ser más específico: la visión del mundo angloestadounidense actual descansa sobre los hombros de tres hombres. Uno es Isaac Newton, el padre de la ciencia moderna. Otro es Jean-Jacques Rousseau, el padre de la teoría política liberal. (Si queremos que esto sea puramente angloestadounidense, John Locke puede servir en su lugar). Y otro es Adam Smith, el padre de la economía del laissez-faire.

De estos titanes fundadores provienen los principios por los que la sociedad avanzada, en la visión angloestadounidense, se supone que funciona (…) Y se supone que reconoce que el futuro más próspero para el mayor número de personas proviene del libre funcionamiento del mercado.

En el mundo no angloparlante, Adam Smith es solo uno de los varios teóricos que tuvieron ideas importantes sobre la organización de las economías. Sin embargo, los filósofos de la Ilustración no fueron los únicos que pensaron en cómo debía organizarse el mundo. Durante los siglos XVIII y XIX los alemanes también estuvieron activos, por no hablar de los teóricos que trabajaban en el Japón de los Tokugawa, la China imperial tardía, la Rusia zarista y otros lugares.

Los alemanes merecen ser destacados, más que los japoneses, los chinos, los rusos, etc., porque muchas de sus filosofías perduran. Éstas no echaron raíces en Inglaterra o América, pero fueron cuidadosamente estudiadas, adaptadas y aplicadas en partes de Europa y Asia, especialmente en Japón. En lugar de Rousseau y Locke, los alemanes ofrecieron a Hegel. En lugar de Adam Smith… tuvieron a Friedrich List».

El enfoque angloestadounidense está fundado en la hipótesis en la simple imprevisibilidad y no planificación de la economía. Las tecnologías cambian; los gustos cambian; las circunstancias políticas y humanas cambian. Y porque la vida es tan fluida, esto significa que cualquier intento de planificación centralizada están virtualmente condenadas al fracaso. Por lo tanto, la mejor manera de «planificar» consiste en dejar la adaptación a las personas que tengan su propio dinero en juego. Si cada individuo hace lo que es mejor para sí, el resultado será -serendípicamente- lo que es mejor para la nación en su conjunto.

Si bien List no usó ese término, la escuela alemana fue escéptica sobre la serendipia, y estuvo más interesada en las «fallas del mercado». Se trata de los casos en que las fuerzas normales del mercado producen un resultado claramente indeseable. List argumentaba que las sociedades no pasaban automáticamente de la agricultura al pequeño artesanado y a las grandes industrias solo porque millones de pequeños comerciantes tomaran decisiones por sí mismos. Si cada persona pusiera su dinero donde el beneficio fuera mayor, el dinero no iría automáticamente a donde le hiciera mayor bien a la nación.

Para ello se necesitaba un plan, un impulso, un ejercicio del poder central. List se basó en gran medida en la historia de su tiempo, en la que el gobierno británico alentó deliberadamente la manufactura local y el incipiente gobierno estadounidense desalentó deliberadamente a los competidores extranjeros.

El enfoque angloestadounidense asume que la medida fundamental de una sociedad es el nivel de consumo. A la larga, sostenía List, el bienestar de una sociedad y su riqueza general están determinados no por lo que una sociedad puede comprar, sino por lo que puede hacer (por ejemplo, el valor que proviene de la economía real y autosuficiente). La escuela alemana argumentaba que hacer énfasis en el consumo sería eventualmente contraproducente. El sistema se apartaría de la creación de riqueza y, en última instancia, haría imposible consumir tanto o emplear a tantas personas.

List fue profético. Estaba en lo cierto. Este es el error ahora tan claramente expuesto en el modelo anglo. Uno agravado por la enorme financiarización posterior que ha llevado a una estructura dominada por una superesfera efímera y derivada que drenó a Occidente de su economía real creadora de riqueza, enviando sus restos y sus líneas de suministro «costa afuera» (offshore). La autosuficiencia se ha erosionado y la base cada vez más reducida de creación de riqueza sostiene a una proporción cada vez menor de la población con empleos adecuadamente remunerados.

Ya no es el adecuado y está en crisis. Eso se entiende ampliamente en las altas esferas del sistema. Reconocerlo, sin embargo, parecería ir contra los últimos dos siglos de economía, narrados como una larga progresión hacia la racionalidad y el buen sentido anglosajones. Se encuentra en la raíz de la «historia» anglo.

Pero, la crisis financiera pudiera volcar esa historia completamente.

¿Cómo? Bueno, el orden liberal yace en tres pilares entrelazados y co-constitutivos: las «leyes» de Newton fueron proyectadas para conferir al modelo económico anglo su (discutible) postulado de estar fundado en fuertes leyes empíricas, como si se tratara de física. Rousseau, Locke y sus seguidores elevaron el individualismo como principio político, y de Smith vino la lógica central del sistema angloestadounidense: si cada individuo hace lo que es mejor para él o ella, el resultado será lo mejor para la nación en conjunto.

La cosa más importante sobre estos pilares es su equivalencia moral, así como un conexión entrelazada. Derriba un pilar como inválido y todo el edificio conocido como «valores europeos» se va a la deriva. Solo a través del entrelazamiento en conjunto posee coherencia.

El miedo tácito entre las élites occidentales es que durante este periodo extendido de supremacía anglo… siempre ha habido una escuela alternativa de pensamiento al suyo. List no estaba preocupado en la moralidad del consumo. Al contrario, estaba interesado tanto en el bienestar estratégico como en el material. En términos estratégicos, las naciones terminan siendo dependientes o soberanas de acuerdo a su habilidad de hacer las cosas por sí mismas.

Y la semana pasada Putin le dijo a Scholtz y Macron que la crisis (incluida la escasez de alimentos) que estaban enfrentando se derivaba de sus propias estructuras y políticas económicas erróneas. Putin pudo haber citado el adagio de List:

El árbol que da el fruto tiene más valor que el propio fruto… La prosperidad de una nación no es… mayor en la proporción en que ha amasado más riqueza (es decir, valores de cambio), sino en la proporción en que ha desarrollado más sus poderes de producción.

Los señores Scholtz y Macron probablemente no le gustó el mensaje ni un poco. Pueden ver el giro produciéndose de las entrañas de la hegemonía neoliberal occidental.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Strategic Culture el 6 de junio de 2022, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Ernesto Cazal.

Fuente: Misión Verdad

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