El proyecto invasión: una política demasiado mal concebida para no fallar

Ducasse Alcin

La suerte está echada ! El gobierno de Estados Unidos está trabajando duro para hacer realidad su sueño: enviar una fuerza de intervención a Haití. La solicitud fue hecha por el propio Primer Ministro haitiano. Oficialmente, Ariel Henry está enviando señales de socorro a Washington porque necesita desesperadamente su ayuda. Está buscando un poco de ayuda para superar el deletéreo clima de inseguridad que supera visiblemente los límites de capacidad de su gobierno. ¿Será que detrás de esta llamada lucha contra la inseguridad se esconden otros intereses ocultos y no reconocidos?

Parece que los estadounidenses solo esperaban esta contraseña para actuar. De hecho, la diplomacia estadounidense está tan agitada en este asunto que el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, está haciendo el peregrinaje a donde cree que puede conseguir apoyo. Pero hasta ahora sus esfuerzos se han topado con un gran obstáculo: nadie parece querer embarcarse en esta lógica de ocupación.

Recordamos que hace tan solo unas semanas, la administración Biden salió con las manos vacías de Naciones Unidas tras el desaire de China y Rusia. Demostrando una clara comprensión de la situación haitiana, Rusia indicó que teme que esta fuerza de intervención no se utilice para otros objetivos que aquellos para los que se pretende desplegar.

A pesar de este bofetón, los estadounidenses no se han rendido. Cambian de estrategia. El objetivo ahora es trasladar la cuestión al ámbito regional.

Esto explica el último viaje del jefe de la diplomacia estadounidense en Ottawa para convencer a un vacilante Justin Trudeau de asumir el mando de esta fuerza de ocupación. Pero tampoco quiere tocar esa patata caliente que es el expediente de Haití.

La gran pregunta es, pues, la siguiente: ¿por qué el Tío Sam se obstina tanto en enviar tropas a la tierra de Dessalines?

Para justificar la invasión, Estados Unidos adujo como pretexto la kafkiana situación del país, resultado directo de la violencia ciega que azota a la sociedad haitiana. Pero, para muchos observadores, este es un pretexto falaz, ¿por qué?

La primera área gris se relaciona con el momento de esta intervención. De hecho, el plan de invasión llega en un momento crucial cuando la gente ocupa el macadán para abuchear casi a diario contra este régimen sádico en el poder. Aparte de los estadounidenses que quieren mantenerse en el statu quo, todos coinciden en que el desenlace de la crisis pasa necesariamente por la salida de Ariel Henry.

Los haitianos no se dejan engañar. Interpretan esta intervención como un chaleco salvavidas lanzado a Ariel Henry que se está ahogando.

Si realmente se tratara de volar en ayuda del país, el enfoque estadounidense tomaría otras formas. Sin embargo, sabemos que Estados Unidos y los demás estados llamados «amigos de Haití» tienen su parte de responsabilidad en lo que sucede en nuestro país.

Uno no debe mirar desde el mediodía hasta las dos para entender por qué. Solo hay que recordar que los americanos son los creadores del monstruo. Han avalado durante demasiado tiempo esta política sadomasoquista practicada por el PHTK y su Caïd a cambio de cuyas enormes ventajas sólo el tiempo revelará su alcance.

También es una constante en la política exterior estadounidense colocar a la cabeza de los países débiles líderes con una columna vertebral flexible, para que puedan doblegarse a su voluntad. Desde 2012, Estados Unidos ha puesto todo su peso en la balanza para imponer estos regímenes caricaturescos al pueblo haitiano.

La estrategia es simple: con estos sinvergüenzas al mando de los negocios, tienen más posibilidades de mantener su política neocolonial junto con el racismo abierto en Haití. Si se hiciera realidad, esta intervención permitiría a los estadounidenses perpetuar la presencia de esta horda de lobos rapaces que encarna el sórdido régimen en el poder.

Es necesario recordarles que Haití se encuentra en su enésima intervención extranjera en su historia como pueblo. Todas las anteriores acabaron en fiasco. Ninguno de ellos ha sido la fórmula adecuada para los espinosos problemas del país.

Por el contrario, estas invasiones más bien han contribuido a provocar aún más calamidades para el pueblo. Lo demuestran el cólera, las agresiones sexuales a menores y la proliferación de armas en zonas pobladas.

Estados Unidos debería recusarse en el expediente de Haití, por haberse revelado como quienes, en primera instancia, nos metieron en este lío. No se puede ser pirómano y bombero al mismo tiempo. Esto no se ajusta a la lógica cartesiana. De ello se deduce que el Tío Sam pierde toda credibilidad en la crisis haitiana.

Si realmente quisieran ayudar a resolver la crisis, hay muchos otros mecanismos que podrían usar. La crisis haitiana es ante todo una crisis política que exige una solución política. Cualquier resolución de la situación debe pasar por el «déchoukaj» de este apátrida sin honor y sin dimensión política al frente del país. Esto es precisamente lo que temen los estadounidenses. Quieren privar al pueblo de su sagrado e inalienable derecho a la libre determinación.

Aún no ha terminado. Podemos presionar al gobierno estadounidense para que rectifique la situación a través de las manifestaciones que deben continuar en todo el país. Además, si Canadá ha optado por retirarse es en respuesta a la presión de la calle. Debemos hacer que los estadounidenses entiendan que entendemos su pequeño juego sucio al continuar aumentando la presión para frustrar su desagradable plan.

 

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