El resistible ascenso de la ultraderecha francesa, en seis claves

Pablo Castaño.

Caricatura: Marine Le Pen. / Luis Grañena 

El crecimiento de Reagrupación Nacional tiene más que ver con el comportamiento de las élites políticas, especialmente el de Emmanuel Macron, que con su exitosa estrategia de ‘desdiabolización’ 


Según las últimas proyecciones electorales, la retirada masiva de candidaturas macronistas y de izquierdas que habían quedado en tercera posición en la primera vuelta permitirá concentrar el voto anti-Reagrupación Nacional este domingo, alejando la ultraderecha de la mayoría absoluta (a pesar de la resistencia inicial de los macronistas a retirarse ante candidatos de La Francia Insumisa). Sin embargo, parece seguro que RN obtendrá como mínimo la mayoría simple, un escenario inimaginable hace solo unos meses. Aunque Jordan Bardella no consiga ser primer ministro, los factores que han favorecido el ascenso del RN siguen en marcha y una gran coalición de centro como la que está proponiendo el macronismo no haría más que acelerar el crecimiento de la extrema derecha. Marine Le Pen ya piensa en las presidenciales de 2027.

En El resistible ascenso de Arturo Ui, Bertolt Brecht relata la carrera de un mafioso en Chicago. La obra es una parodia de la llegada de Adolf Hitler al poder y pretende explicar que el triunfo nacionalsocialista no fue un desastre inevitable sino la consecuencia de las decisiones de actores políticos y económicos concretos. El Brecht de 1941 rechaza la tentación de concebir los eventos históricos como fenómenos naturales, una forma de pereza intelectual que también aparece a menudo respecto al Reagrupamiento Nacional (RN) francés con metáforas como la ‘marea’ ultra. Es posible identificar los elementos que han permitido a la extrema derecha pasar de ser una fuerza marginal a estar a las puertas del poder. La exitosa estrategia de ‘desdiabolización’ de Marine Le Pen no habría funcionado sin una combinación de factores sociales y políticos externos al partido, especialmente el comportamiento de las élites políticas tradicionales.

1. La “laicidad autoritaria”

La laicidad es un principio central de la República francesa desde la ley de 1905 de separación de la Iglesia y el Estado, pero desde finales del siglo XX, se ha convertido en una “laicidad autoritaria”, un dispositivo racista que persigue a la población musulmana y a las minorías étnico-raciales.

En el terreno abonado por más de dos décadas de debates sobre el velo islámico en las escuelas, cuestiones anecdóticas como el burkini o la celebración de reuniones no mixtas por parte de activistas racializados han sido elevadas a la categoría de dramas nacionales, con el impulso decidido de políticos teóricamente centristas como Manuel Valls.

En un país donde la población descendiente de la inmigración poscolonial sufre una fuerte segregación, el principal tema de debate público no es este racismo estructural sino la necesidad de reprimir cualquier expresión cultural o social percibida por las élites como una amenaza a una imagen homogénea (blanca) de la nación francesa.

Le Pen solo ha tenido que retomar y estirar ligeramente hacia la derecha una concepción identitaria de la laicidad que ya era mainstream entre las élites políticas y mediáticas.

2. La radicalización de la derecha tradicional

Desde la presidencia de Nicolas Sarkozy (2007-2012), la derecha gaullista tradicional ha optado por la radicalización. Endurecimiento de las leyes de inmigración, estigmatización de las minorías gitana y musulmana y respuestas represivas a las protestas en las banlieu fueron las recetas de Sarkozy, que inspirarían después al primer ministro socialista Manuel Valls.

Emmanuel Macron, que llegó al gobierno con un mensaje inicial centrista, acabó llevando al paroxismo la normalización de las tesis del RN: en enero de 2024 aprobó por decreto una ley de inmigración copiada del partido ultraderechista.

Como explicaban Jean-Yves Dormagen y Stephane Fournier en un reciente artículo, Sarkozy activó el clivaje identitario pero no llegó a satisfacer las demandas del electorado más ultraderechista, dejando vía libre al entonces Frente Nacional para ofrecer una respuesta más radical.

Así, el expresidente y sus imitadores empezaron a sufrir una fuga electoral masiva hacia Le Pen, a la vez que contribuían a su estrategia de ‘desdiabolización’ al normalizar discursos identitarios que antes eran marginales. De hecho, la suma del electorado de derecha y ultraderecha de las últimas elecciones legislativas ha sido inferior al electorado de Sarkozy en 2007, pero ahora la mayoría del bloque corresponde al rebautizado Reagrupamiento Nacional.

3. Un sistema político poco representativo

La democracia francesa es de las menos representativas de Europa. El sistema electoral es profundamente mayoritario, tanto en las elecciones presidenciales como en las legislativas, donde se elige un solo candidato en cada una de las 577 circunscripciones territoriales.

Millones de electores se quedan sin representación efectiva, un fenómeno que sucede en una magnitud mucho menor en sistemas proporcionales como el español, por imperfectos que sean. Además, como explicaba Perry Anderson en El nuevo viejo mundo, la Asamblea Nacional francesa es “el parlamento más débil del mundo occidental”.

La celebración consecutiva de la elección presidencial y las legislativas, combinada con el sistema electoral mayoritario, otorgan una mayoría absoluta casi automática al presidente electo.

Y, en el caso muy poco frecuente de que no lo consiga (como le sucedió a Macron en 2022), el presidente puede aprobar leyes por decreto a través del famoso artículo 49.3 de la Constitución, utilizado a menudo para aprobar reformas sociales impopulares. La falta de representatividad y receptividad del sistema político ha contribuido a la desafección política, un fenómeno común a las democracias occidentales pero especialmente intenso en Francia, y deja la protesta social como la principal vía de intervención popular en la política.

4. There Is No Alternative (TINA)

El eslogan “No hay alternativa” se convirtió en el símbolo de Margaret Thatcher, que presentaba sus políticas como una receta inevitable. En Francia se hizo realidad en 2005, cuando la ciudadanía rechazó en referéndum el proyecto de Constitución europea pese al apoyo de los principales partidos.

El establishmentcentrista ignoró la voluntad popular y acabó aprobando el Tratado de Lisboa, que recogía los principales elementos de la Constitución. La maniobra fue un evento traumático para una ciudadanía tan politizada como la francesa. En una reciente emisión preelectoral del canal BFMTV, un ciudadano explicó que desde entonces es abstencionista: para él fue la confirmación de que votar no servía para nada.

El TINA a la francesa se agravó a partir de la crisis financiera de 2008, cuando las políticas de liberalización económica, recortes sociales y exenciones fiscales a los ricos fueron aplicadas con similar decisión por Nicolas Sarkozy, François Hollande y Emmanuel Macron. 

El ejemplo de las pensiones es un ‘día de la marmota’ que se ha repetido con los tres presidentes: el gobierno presenta una reforma para recortar el sistema de pensiones, se produce un movimiento social multitudinario en contra, las encuestas muestran el rechazo de la mayoría a la reforma, pero esta se acaba aprobando igualmente.

En un país donde el neoliberalismo ha sido siempre más impopular que en otras naciones europeas, cada episodio de este tipo es gasolina en el motor de la desafección política. Esta tiene dos traducciones electorales: la bajada sostenida de la participación electoral(con la excepción de este año por la posibilidad de una victoria del RN) y el crecimiento del voto a la ultraderecha. Un elector expresaba días antes de la primera vuelta, en una entrevista en France Inter, un sentimiento frecuente: votaría al RN porque “nunca lo hemos probado”.

5. El tacticismo macronista: “la ultraderecha o yo”

Emmanuel Macron llegó al poder gracias a una hábil operación para desmontar los dos partidos tradicionales, hundidos en el descrédito después de las presidencias de Sarkozy y Hollande, y atraer a amplios sectores de ambos electorados. El sistema a dos vueltas le permitió derrotar cómodamente a Marine Le Pen en 2017 y 2022– los votantes de Mélenchon se decantaron masivamente por Macron, construyendo un ‘cordón sanitario’ contra Le Pen.

Macron se ha entregado desde 2017 a la táctica de polarizar el campo político entre Le Pen y él, confiando en que el cordón sanitario le dará siempre la victoria, aunque millones de electores le voten con la nariz tapada.

Los límites de esta práctica política se hicieron evidentes en 2022, cuando el presidente perdió la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. A pesar de eso, el mandatario que un día se definió a sí mismo como “jupiterino” volvió a las andadas tras las elecciones europeas: la decisión de convocar legislativas solo se explica por la confianza de Macron en que la izquierda no sería capaz de formar una coalición en pocos días, por lo que los candidatos macronistas llegarían casi automáticamente a la segunda vuelta contra los de Le Pen, y ganarían de nuevo gracias al cordón sanitario. Esta táctica, que supone renunciar a ganar la adhesión de la mayoría a su proyecto político, se ha agotado definitivamente en estas elecciones.

La decisión de convocar legislativas solo se explica por la confianza de Macron en que la izquierda no sería capaz de formar una coalición en pocos días

6. Las limitaciones de la izquierda

La percepción de desclasamiento es omnipresente en el electorado del RN, que es el partido más votado entre las personas de menor nivel educativo. Aunque en esta campaña Jordan Bardella se ha codeado con la élite empresarial, la clave del crecimiento de la ultraderecha desde las elecciones de 2017 ha sido atraer a los ‘olvidados (blancos) de la República’, especialmente en zonas periurbanas y rurales –que están sobrerrepresentadas por el sistema electoral. Como explica el sociólogo Olivier Roy, Le Pen ha conseguido capitalizar el descontento por el deterioro de servicios públicos como la salud o el transporte en el campo y la ira hacia el centralismo parisino.

Es otras palabras, la ultraderecha ha conseguido convertir en votos el justificado resentimiento que expresaron los ‘chalecos amarillos’. Una de las claves del éxito del RN es combinar hábilmente las demandas sociales con el racismo, como explica Félicien Faury, que se pregunta si el partido conseguirá mantener su electorado popular a la vez que atrae a sectores más acomodados.

La ultraderecha ha conseguido convertir en votos el justificado resentimiento que expresaron los ‘chalecos amarillos’

En la izquierda, La Francia Insumisa es el único partido que ha conseguido articular parcialmente el descontento por los retrocesos sociales de las últimas décadas, especialmente en las grandes ciudades y las banlieues deprimidas y mestizas, lo que permitió a Jean-Luc Mélenchon quedarse a las puertas de la segunda vuelta en las últimas elecciones presidenciales, con el 22% de los votos. El Partido Socialista y los ecologistas se han convertido en formaciones puramente urbanas, incapaces de penetrar en las clases populares, aunque reciban un tratamiento mediático más favorable que los ‘insumisos’ y su polémico líder.

El Nuevo Frente Popular, construido a la carrera tras la convocatoria electoral sorpresa, ha permitido consolidar un bloque electoral y parlamentario que es hoy la segunda fuerza política, pero está lejos de constituir una alternativa coherente a Le Pen y corre el riesgo de desmembrarse tras las elecciones.

A pesar de todas sus limitaciones, sería injusto culpar al Frente Popular de la victoria de Jordan Bardella, como advertía Guillermo Fernández. El ascenso de la ultraderecha tiene más que ver con su exitosa estrategia de ‘desdiabolización’ y el comportamiento de las élites políticas tradicionales, especialmente Emmanuel Macron.


*Pablo Castaño es periodista y analista político es doctor en ciencia política, profesor en la UAB. 

Fuente: Ctxt

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