En Europa, los señuelos tóxicos de la democracia burguesa
Geraldina Colotti
Dos eventos internacionales se desarrollan en Italia en junio: las elecciones de los 76 miembros del Parlamento Europeo con derecho a participar, los días 8 y 9 de junio, y el Foro del G7, previsto en Apulia del 13 al 15. Dos acontecimientos que demuestran hasta qué punto la voluntad del pueblo importa poco: tanto en las decisiones de una entidad supranacional que trasciende sus intereses e impone las opciones de los poderosos (la Unión Europea); y cuanto en los planes de los llamados “grandes del planeta” (el G7). Las potencias imperialistas se ven obligadas, sin embargo, a afrontar sus pretensiones hegemónicas con el crecimiento de un mundo multicéntrico y multipolar, que tiene su gran motor en los BRICS. El acrónimo que significa Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica representa un frente económico, político y financiero con enorme capacidad geopolítica para redistribuir el poder a escala global.
Sólo para recordar algunos datos: los Brics -que en enero de 2024 se ampliaron para incluir a los Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Arabia Saudita, Irán, Etiopía y Argentina (pero Milei decidió abandonarlo), cubren más de un tercio de la superficie global. Reúnen al 45% de la población mundial y representan más del 40% del volumen total de extracción de petróleo, así como casi una cuarta parte de las exportaciones mundiales de mercancías. Y si el líder de los Brics este año es Vladimir Putin, que guía la presidencia pro tempore de Rusia, y que representa una acción indudable para contener los objetivos expansionistas de la OTAN, quien animará el Foro del G7 será el payaso Zelensky que, desde Ucrania, intenta empujar al mundo hacia la Tercera Guerra Mundial.
De hecho, muchos Estados europeos ya se han alineado con los dictados de la OTAN para permitir abiertamente el uso de armas enviadas a Ucrania por Estados Unidos y la UE contra territorio ruso. Y, mientras tanto, varios Estados miembros de la Unión Europea están de acuerdo para iniciar negociaciones, antes de finales de junio, para la entrada de Ucrania en la UE.
Y mientras desde México, donde los electores confirmaron el proyecto de la Cuarta Transformación, eligiendo a la militante de Morena, Claudia Sheinbaum, llega un mensaje de integración regional; mientras de Venezuela, donde el pueblo se mobiliza con Maduro para llevarlo a la presidencia el 28 de julio, llega un mensaje de paz con justicia social, las opciones imperialistas del G7 imponen los intereses del complejo militar-industrial, en detrimento de los sectores populares: ampliando al mismo tiempo la retórica sobre la necesidad de “defender” el supuesto campo de los derechos y de la “democracia” de los gobiernos considerados autoritarios y “enemigos”. Gobiernos que, en realidad, son aquellos en los que la voluntad popular cuenta más: empezando por Cuba, Venezuela, Nicaragua, pero también de aquellos países que tienen un papel antiimperialista a nivel global.
Lo que realmente es la democracia burguesa lo indican los países que más se enorgullecen de ella, mostrando la poca consideración que le dan en la práctica. El último ejemplo se refiere, en efecto, a la acogida y al elogio reservados a Zelenznky, que devastó Ucrania y que permanece artificialmente al mando, para reiterar su bulimia de guerra, en la más total ilegalidad: no sólo porque llegó al poder después del golpe que derrocó a Yanukovich en 2014, pero también porque su “mandato” ha expirado; y su permanencia no encuentra respaldo ni siquiera en el “consentimiento tácito” con el que los demás poderes le permiten permanecer en su cargo.
Un vacío flagrante de legitimidad democrática que, además, le impediría incluso firmar un posible acuerdo de paz con Rusia. Sin embargo, ni para la ONU ni para las democracias europeas, que consideran intocable a su títere, esto es un problema, mientras que sí lo es el “oligarca Putin”. Y si Rusia no puede ser derrotada, aún más ventajoso podría ser transformarla en un foco permanente, tratando de hacer realidad el plan inicial: traerle a la OTAN en su casa.
Además, no fue problema “reconocer” como “presidente interino” de Venezuela a otro payaso que nadie había elegido, un extraño balbuceante llamado Juan Guaidó. El presidente legítimo, votado por la mayoría de los ciudadanos venezolanos, Nicolás Maduro, fue presentado como un “dictador”. Y su país, gobernado por una de las constituciones más avanzadas del mundo, que celebra al menos una elección al año y que está a punto de celebrar la 32 en julio, es considerado presa de “un régimen dictatorial”.
Cuáles eran los verdaderos objetivos quedaron claros cuando vimos los efectos de las medidas coercitivas unilaterales, impuestas ilegalmente a un país soberano: bloquear el desarrollo del país, imponer sufrimiento al pueblo para obligarlo a volverse contra sus representantes y tomar posesión de las reservas de Oro depositado en bancos europeos. Una operación de piratería internacional, exitosa con la masacre de Gadafi en Libia, consolidada con el robo del oro venezolano, aún incautado en los bancos del Reino Unido (donde sigue generando intereses…), y ahora se propone de nuevo con el robo de activos rusos, que la Unión Europea quisiera donar a Zelensky.
La libertad, la democracia y los derechos humanos, puestos a prueba por el macartismo imperante, el periodismo arraigado y la anarquía internacional cada vez más extendida, como lo demuestra la impunidad concedida al régimen sionista del genocida Netanyahu, quedarían desenmascarados por los hechos si la lucha de clases lograría traspasar la pantalla, como lo fue en la época de la guerra de Vietnam y en el enfrentamiento radical del siglo pasado.
En cambio, la balcanización del mundo va acompañada de la de los cerebros, dando rienda suelta a un cortocircuito concreto y simbólico en el que la conexión entre significante y significado parece romperse. Y así, esposadores y colgadores eméritos cantan las canciones antiautoritarias de Fabrizio De André, mientras preparan más cárceles y más represión. Ardientes “pacifistas” dispuestos a enfrentarse a la “barbarie de Hamás”, cantan los versos de Francesco Guccini y su Locomotora, que celebra el atentado suicida de un anarquista “en un tren lleno de señores”. Y así, Salvini ladra los versos antimilitaristas de “Generale”, de Francesco De Gregori, en YouTube, para lanzar a las elecciones europeas a su Vannacci, un general homofóbico y racista que da asco.
¿Son sólo canciones? No, es un ejemplo del caldo de cultivo en el que prolifera la derecha europea y más allá, confiando en la ausencia de coherencia entre el decir y el hacer, y en la ausencia de una memoria que permita poner un nombre a las cosas, situarlas en su contexto, históricamente determinado.
Y por eso, lo que es válido para las “democracias” en Europa -cuyas leyes, por ejemplo, impiden que cualquier persona con antecedentes penales ocupe cualquier cargo público- no lo es para aquellas democracias que se consideran necesitadas de “protección”: hasta el punto de apoyar a la exdiputada de extrema derecha venezolana, María Corina Machado, quien ha sido incapacitada por delitos que en Europa serían castigados con cadena perpetua. Y, mientras tanto, Machado sigue despotricando. Del 3 al 5 de junio habló en el Foro de la Libertad en Oslo, la capital de Noruega, en una conferencia de “derechos humanos” organizada por la Fundación de Derechos Humanos y Thor Halvorssen. Y, el lunes, va hablar en conferencia virtual al Senado español, invitada por el Ppe, donde está Leopoldo López Gil.
Los “derechos” de las clases dominantes, que se imponen por la fuerza y la mentira, hacen creer que en Venezuela se está preparando una “transición”, en el sentido de una transferencia de poder del socialismo bolivariano a las oligarquías. “La única transición, en Venezuela, es la del socialismo”, afirmó en cambio el presidente Maduro, apoyado por los movimientos populares que, también en Puglia, durante los días de la cumbre organizan un campamento de reuniones y debates sobre el tema de la multipolaridad y del No a la guerra imperialista.
“La esperanza está en las calles” es el lema de la campaña presidencial en Venezuela, retomado por movimientos internacionales. La esperanza está en las calles, donde se puede superar la fragmentación y encontrar la fuerza, porque, como sucedió en Venezuela, la unidad se logra mediante la lucha: para construir un nuevo bloque social anticapitalista, antiimperialista y antipatriarcal; para construir nuevas vanguardias y una nueva subjetividad revolucionaria, que, en Europa, no le tema a la memoria.