La política de Estados Unidos hacia China está condenada al fracaso
Misión Verdad.
La mentalidad estadounidense de la Guerra Fría no se esfumó con el fin de esta. Aunque Washington tenía el control unipolar del mundo, su estrategia de política exterior continuó siendo la de crear un enemigo imaginario tras otro, perdiendo progresivamente su racionalidad.
Desde hace varios años su mirada se ha puesto en China, y los líderes estadounidenses han justificado su posición ideológica hostil diciendo que se trata de una confrontación entre democracia y autoritarismo, pero tal narrativa no es sostenible, mucho menos cuando las enfermedades del sistema estadounidense se exhiben abiertamente ante el mundo, como la intensificación de las desigualdades, la polarización política, la represión policial y el abandono de políticas públicas para las mayorías mientras las demandas de los ricos tienen respuesta inmediata del gobierno.
La histeria que le causa a Washington el ascenso del país asiático ha ido modelando sus acciones para intentar contenerlo, sin embargo, están lejos de ser suficientes para provocar un resultado positivo a los objetivos estadounidenses. No es algo que se esté diciendo solamente desde Pekín, también lo advierten analistas adheridos a la visión de Estados Unidos.
LA OFENSIVA CONTRA CHINA ES PERJUDICIAL PARA EEUU
El sitio web The National Interest publicó un artículo el 11 de julio titulado «La política de Estados Unidos hacia China se dirige al desastre». El autor es Mushahid Hussein, presidente del Comité de Defensa del Senado de Pakistán. El artículo señala que Washington parece darse cuenta repentinamente de la realidad del ascenso de China y está ansioso por «ponerse al día», pero cinco hechos básicos muestran que «se está embarcando en una búsqueda de Sísifo imposible de ganar» que, en última instancia, dañará sus propios intereses y no podrá impedir el ascenso de la República Popular.
Lo primero que menciona Hussein son las diferencias entre la política económica china y la estadounidense.
Si comparamos la política económica de Estados Unidos con la de China, existe un enorme abismo entre los pronunciamientos de Estados Unidos que no se han visto acompañados de prácticas, mientras que China ha impulsado una lenta pero segura transformación del panorama económico mundial en su beneficio con políticas prácticas que producen resultados.
Es ilustrativo el dato que resalta el autor sobre el avance de China en el comercio internacional: de los 193 miembros de las Naciones Unidas, 130 países tienen más relaciones comerciales con Pekín que con Washington.
China ha ido expandiendo y adaptando sus proyectos de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, construyendo una infraestructura global que conecta al mundo. En cambio, muchas iniciativas occidentales con la misma idea básica son olvidadas, cambian de nombre o son sustituidas por otras, sin que logren arrancar. Los ejemplos más recientes son la «Nueva Ruta de la Seda», iniciativa promovida en 2011 por la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, la «Ley de la construcción» lanzada en 2019 por la administración Trump, la iniciativa Build Back Better World (B3W) que el presidente Biden presentó en 2021 en la Cumbre del G7 y que este año fue rebautizada como Asociación Global para el Crecimiento de las Infraestructuras.
Ninguno de los programas descritos anteriormente han mostrado resultados concretos, y esto se debe principalmente a la relación mezquina y desdeñosa con el resto del mundo, especialmente con el Sur Global. La riqueza de Estados Unidos, y de Occidente en general, se sustenta en un sistema económico extremadamente desigual y en el saqueo de los recursos de otros territorios y las limitaciones de las oportunidades de otras naciones. Los países perciben el claro contraste con China, que propugna un nuevo orden económico comercial internacional que, aunque no es caritativo, plantea relaciones más igualitarias oportunidades económicas más equilibradas.
Para el segundo punto, Hussein habla del pésimo desempeño de Estados Unidos en las últimas décadas al llevar las confrontaciones al plano militar, en una comparación con el poder blando del país, que el autor sostiene que es su fortaleza.
Embarcarse en la búsqueda de la contención de China, cuando ésta aún no amenaza directamente los intereses fundamentales de Estados Unidos, sería una fórmula probada y fracasada, desperdiciando recursos como ocurrió en la ‘Guerra contra el Terrorismo‘ posterior al 11-S, cuando se dilapidaron 6,5 billones de dólares en dos décadas de conflictos inútiles.
A lo dicho por él, se debe añadir que no hay manera de sustentar la idea de que China podría convertirse en una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, puesto que su presupuesto de defensa es solo un tercio del de los estadounidenses, y también hay brechas en la cantidad de armamentos y el despliegue en el extranjero. Pekín invierte con prudencia en gastos militares y prioriza en el desarrollo económico y tecnológico.
La creciente impopularidad del gobierno de Biden y la necesidad de que China intervenga para que la economía estadounidense se alivie son otros dos elementos que no compaginan con el plan de una Nueva Guerra Fría.
«Para Biden, las elecciones intermedias de noviembre son ‘decisivas’, ya que determinarán si tendrá un futuro político más allá de 2024», dice el autor. Los demócratas solo tienen una pequeña ventaja en el Congreso y es probable que la pierdan en las próximas elecciones intermedias. A principios de julio, las encuestas mostraban que solo 37% de los encuestados aprobaba el trabajo de Biden, ubicándose por debajo del nivel más bajo durante la era Trump.
Más adelante, el autor dice que «Biden necesita a Xi para un rescate económico que dé a la economía estadounidense el alivio que tanto necesita». Pero las autoridades estadounidenses se niegan a aceptar esa realidad. De hecho, la administración actual no ha dejado de implementar los aranceles que se establecieron sobre China en la guerra comercial desatada por la administración Trump, lo que se ha traducido en una inflación galopante, la más grande en cuatenta años, que ha afectado gravemente el bienestar del pueblo estadounidense.
El cuarto punto es la notoria ventaja tecnológica consolidad por Pekín en relación con Washington. Hussein cita una investigación histórica de Graham Allison, profesor de Harvard, para corroborarlo. Solo en 2020, China fue responsable de la producción de 1 mil 500 millones de teléfonos móviles, 250 millones de computadoras y 25 millones de automóviles. Revertir el crecimiento económico y la excelencia tecnología del país asiático será un objetivo difícil de lograr, si no imposible, dice el autor.
En áreas clave de la innovación, la ciencia y la tecnología, que van a ser determinantes para el avance del siglo XXI, China está casi a la par o por delante de Estados Unidos, incluso en inteligencia artificial, 5G, computación en la nube, robótica y estudios en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas).
El último punto que se toca en el artículo señala que hay más convergencias entre los intereses estadounidenses y chinos en asuntos globales estratégicos, que divergencias, por lo que el gobierno estadounidense estaría pagando un precio muy alto al no romper con el círculo vicioso de hostilidad.
En el escenario internacional, Hussein nombra la desnuclearización de la península coreana y la estabilidad en Afganistán como ejemplos de ello, aunque respecto a esto último sea evidente que en Washington no tienen consideración alguna; también menciona otras áreas donde ambas naciones pueden beneficiarse como el cambio climático, la cooperación antiterrorista, la conectividad regional y el establecimiento de organizaciones de libre comercio.
Incluso en esto, China tiene una ventaja, ya que los incentivos que ofrece la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), liderada por China, no son comparables a la iniciativa estadounidense del Marco Económico Indo-Pacífico (IPEF), que no prevé el acceso al mercado ni la reducción de las barreras arancelarias.
En ese sentido, Hussein destaca que China actúa de una forma evidentemente pragmática al desvincular el comercio de la política, cosa que no ocurre igual con Estados Unidos. Desde que se convirtió en una superpotencia, Washington ha estado agitando la situación global e interfiriendo en los asuntos internos de otros países sin ningún escrúpulo.
Con respecto a Ucrania, Hussein admite que China sería un «facilitador clave» para la búsqueda de una solución pacífica con Rusia, aunque esta alternativa no sea del total agrado para los líderes estadounidenses, pero a la que parecen cada vez más obligados, teniendo en cuenta que su imagen de poderío se ha visto comprometida desde que comenzaron las batallas en el territorio ucraniano.
En resumen, la política exterior de Estados Unidos hacia China no ha salido del atolladero, ni siquiera por el cambio partidista del gobierno, y los hechos están demostrando que si continúa conteniendo al país asiático a toda costa, Washington solo puede perder tanto a lo interno como en el plano internacional.
Fuente: Misión Verdad