La resurrección de las ideologías o la muerte del debate

Por José Gregorio Cabrera. Han pasado 30 años desde que en su obra de 1992 “El fin de la historia y el último hombre”, el politólogo Francis Fukuyama decretara la muerte de las ideologías. Al respecto habría dicho: “la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido, ha dado inicio a un mundo basado en la política y economía de libre mercado que se han impuesto a las utopías”.

Esta acertada observación de Fukuyama, predijo el comportamiento de una generación que nació en el estado de bienestar generado por la globalización económica post guerra fría; una generación cuya marca de agua fue el abandono de las luchas ideológicas para dedicarse de manera casi exclusiva a la persecución del bienestar económico individual, ya fuese a través de la educación superior, el comercio o el desarrollo de la tecnología y su consecuente aplicación a los negocios.

Como sociedad pasamos de un modelo donde se buscaban soluciones colectivas a problemas individuales, a uno en el que se implementan soluciones individuales para resolver problemas colectivos. El profundo sentimiento de individualismo sólo se vió agravado por la fuerte influencia de la tecnología individualista que nos llegó de la mano de Steve Jobs con su “i” , prefijo que traducido al español de manera literal resulta en “yo”: el “yo teléfono” el “yo reloj”, el “yo computadora”, el “yo tableta”. Con esto terminamos de perfeccionar el ciclo de correlación del ser con el tener: valgo cuanto tengo y tengo solo cuanto valgo.

Sin embargo, la sorpresa de la última década ha sido que los mismos instrumentos que sirvieron para subsumir a la humanidad en ese profundo estado de alineación, son los que de un tiempo a la fecha han servido para reconectar el espíritu gregario que acompaña al ser humano en su condición animal más primaria.

Este efecto de reconexión digital ha sido el requisito sine qua non para el éxito de manifestaciones como la primavera árabe, el movimiento LGBTQ+, el neo-feminismo (incluyendo el elemento abortista), el black lives matter y otros tantos movimientos de naturaleza política y social.

El éxito de estos movimientos en promover sus causas, nos obliga a preguntarnos si asistimos a lo que parecería ser la resurrección de las ideologías, a pesar de que hasta el momento lo que observamos es un amasijo amorfo de reclamos revestidos de fugacidad y carentes de una construcción teórica con rigor científico que les de sustento.

Pero estas victorias, aunque en muchos casos admirables, han traído consigo un efecto colateral inesperado e indeseable: la polarización extrema del debate. Esta polarización se ve manifiesta en una actitud que muestran los activistas digitales y que retrata a la perfección aquella frase del expresidente de los Estados Unidos George W. Bush: “El que no está conmigo, está en mi contra”.

Este relato de buenos contra malos, ha provocado el surgimiento de tribus digitales donde el debate se circunscribe a una dinámica visceral, emotiva y anecdótica donde el razonamiento y el análisis ponderado de los hechos tiene poco o ningún espacio. Esta actitud discursiva impide que se pueda arribar a consensos constructivos, limitando el debate (si es que se le puede llamar debate) a una competencia de gritos digitales en la que todo lo que digan los miembros de mi tribu es correcto y bueno, más todo lo que digan los de la tribu contraria es falso y malo.

La cultura de la “cancelación” es, quizás, la mejor muestra de este fenómeno: hordas digitales enardecidas que reclaman a un solo grito la “cancelación” de algo o alguien, logrando con esto doblar el pulso de gobiernos, empresas y marcas, quienes temerosos y con el fin de evitar la quiebra moral y por consiguiente económica, ceden a un impulso irracional sin que antes medie un debate democrático y sopesado de las ideas.

Tristemente, en el momento de la historia en el que la humanidad goza del mayor nivel de acceso a la información, es cuando se observa una mayor holgazanería para la investigación seria y comprometida. Vivimos una época en la que basta con un puñado de párrafos medianamente bien hilvanados y con algunas “punch lines”, para que los eternamente indignados, de uno u otro bando, se formen una opinión contundente e inamovible sobre temas que han ocupado la atención de las más grandes mentes de la humanidad durante siglos.

En definitiva, todo parece indicar que estamos ante la resurrección de las ideologías, pero lamentablemente el tejido del debate parece haber hecho necrosis y sólo se recuperará mediante un profundo implante de pensamiento lógico.

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