Miriam, Imanol y el dolor

Por Luis Córdova
Nunca antes había estado ante el dolor mismo. A mis años, sumando alegrías y penas en el caminar, nunca había visto el desconsuelo rasgar un corazón.
Se equivocaron los que afirmaron que todo en la vida pasa. El dolor en Miriam no creo que pase.
Su voz se apagaba, sus gritos retumbaban en los pechos de todos y todas. Imposible no consternarse.
Fatales coincidencias. Las calles de una ciudad cada vez menos amigable, menos segura para quien la camina.
Con el accidente de Imanol lloramos la impotencia, la fatalidad, la desazón.
Lloramos por una vida que temprano marcha al infinito. Lloramos una madre que pierde su único hijo, llevando toda la alegría y la esperanza en un zarpazo de dolor.
Llorar mucho. Pensar más en la vida, en el amor, en el sentido de la existencia, en la ciudad que nos acoge y donde se hace inmanejable el dolor.
Las palabras de Miriam llegaron como un golpe: “¡Dios! ¿Por qué eres tan cruel?”
Como cristianos dejamos a una amiga que se llora a sí misma la cita bíblica que en un duelo recibí y que está en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”

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