Peña Gómez: mi historia (10 de 13)
Por Farid Kury
Mi conducta, en la lógica del profesor Juan Bosch, y tal vez en la de cualquier líder, era una ofensa intolerable. Eso de enviar cartas al presidente Balaguer y de establecer vínculos con funcionarios de la embajada norteamericana sin su consentimiento era para él una violación a las normas del partido y una desconsideración a su persona como líder del partido blanco. En diversas ocasiones me hizo llegar cartas en las que criticaba mi proceder.
En realidad, para entonces, a mí no me importaba mucho su opinión. Yo también estaba molesto con él por sus frecuentes críticas a mí. Mientras tanto, sin dificultad el gobierno dominó el escenario. Ninguna fuerza urbana pudo apoyar a Caamaño, y en las montañas, el cerco a los guerrilleros cada vez se estrechaba más, y sus caídas era cuestión de días. El 15 de febrero, sorprendidos los guerrilleros mientras descansaban, fueron atacados y Caamaño fue apresado. Horas después fue ejecutado, por órdenes del presidente Balaguer, un hecho que lo condena frente al severo tribunal de la historia.
Con la caída de Caamaño y su grupo en apenas 13 días caía también la última ilusión armada. Pero la misma no disminuyó las contradicciones y desavenencias entre mi maestro y yo. Al contrario, ahora eran más profundas. Como consecuencia de esto, y estando aún en la clandestinidad, renuncié a la secretaría general del PRD. En una carta aparecida en el Listín Diario del 3 de mayo dirigida al profesor Juan Bosch y al Comité Ejecutivo Nacional, entre otras cosas, señalé: “Estando dirigido el partido sabiamente por un maestro de la categoría del profesor Juan Bosch, mis servicios no son tan necesarios en estos momentos, como no lo fueron durante los dos años en que estuve fuera del país; por tanto, renuncio a la secretaría general con carácter definitivo y sin posibilidad alguna de reconsideración…Al abandonar la secretaría general no resigno a mi condición de miembro del PRD, porque esa me la gané yo mismo”.
Más adelante, además de solicitar el cese de las suspensiones de la Comisión Permanente a meritorios perredeístas, dije que “Bosch es la super estrella de la revolución dominicana y el dominicano más ilustre de su generación”. También dije conocer de “su insobornable patriotismo y su dedicación apostólica a la causa de la redención del país”. Pero, aunque me definí como un discípulo suyo, advertí que yo era “un cuerpo con luz propia al que se mantuvo un tiempo fuera de su órbita”, y aseguré también, que “el curso que llevo dentro del PRD presagia un enfrentamiento con el super astro”.
Esa carta, en verdad, aunque elogiaba al profesor Bosch, en cierta medida, constituía un desafío a su liderazgo. En realidad, ya no era posible la convivencia entre nosotros en un mismo partido. Los campos estaban completamente deslindados. Alguien debía abandonar el PRD. Y quien lo abandonó fue el profesor. Claro, lo hizo porque quiso. Lo hizo porque consideró que el PRD había cumplido su misión histórica, y porque quería formar un partido diferente, un partido de cuadros, no de masas, como era el nuestro. El 18 de noviembre de 1973, a la edad de 64 años, Juan Bosch, argumentando que ya el PRD no servía a los mejores intereses nacionales, y seguido por pocos dirigentes, renunció del partido blanco y formó el Partido de la Liberación Dominicana.
A mí me tocó quedarme al frente del Partido. Reasumí mi función de secretario general, y en base a mi talento, carisma y mucha dedicación, me fui convirtiendo en el líder del PRD. Pero a partir de ese momento se inició una etapa de confrontación entre Juan Bosch y yo, que en muchos momentos fue bastante álgida. Los afectos de antes se convirtieron en rencores, ataques y desconsideraciones.
Cinco años después, sólo cinco, en 1978, mientras el profesor Juan Bosch, trabajaba con pasión y paciencia jesuita en la construcción de su nuevo partido, el PLD, a mí me tocó llevar el PRD al poder. Aplicando una política de acercamiento a sectores oligárquicos, a la clase media alta, a la Internacional Socialista y a los llamados liberales de Washington, derrotamos la reelección del doctor Balaguer y lo sacamos del poder, y el compañero Antonio Guzmán se convirtió en el presidente de la República.