Un mundo sin fronteras

Por Nelson Encarnación. Si en el mundo no existieran las fronteras que limiten la libre circulación de las personas sería lo ideal y se evitarían los conflictos que más de una vez han derivado en confrontaciones entre naciones por un simple pedazo de tierra.

Un mundo sin fronteras haría posible que las personas se movilicen por tierra desde Chile hasta Alaska atravesando el continente sin la obligación de pasar por puestos de control migratorio ni enfrentarse a las travesuras cotidianas de las patrullas fronterizas.

Pero incursionamos en el terreno de la ilusión, pues entre lo ideal y lo posible siempre ha existido un difícil. Porque, una vez establecidas las fronteras, el cumplimiento de sus normas no es un asunto opcional, sino obligatorio, so pena de aplicación de las regulaciones particulares.
Dicho todo lo anterior, caemos en el caso particular de la República Dominicana, cuyas normas en materia migratoria tienen que ser respetadas por todos los extranjeros que quieren ingresar—o los ya establecidos—en nuestro territorio.

Y eso aplica inclusive para los haitianos; y aplica por encima de lo que pretenda la mal llamada comunidad internacional, cuyo rol va siempre en desmedro de la soberanía de los países débiles, como es nuestra situación.
La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos se ha mostrado muy diligente cuando se trata de defender los supuestos derechos de los inmigrantes irregulares haitianos en nuestro país, pero se mete la lengua en el culo cuando esos “derechos” son sistemáticamente vulnerados por el Gobierno estadounidense.

Es un doble rasero para medir situaciones análogas, obviamente que todo por miedo al poder de Estados Unidos que se ha negado resueltamente a ratificar la convención que dieron origen a la CIDH, salidos de decisiones de la inefable Organización de los Estados Americanos (OEA), controlada por Washington.

Una negativa que no le impide usar ese mismo organismo de la OEA para perseguir a otros países por la supuesta o real violación de los derechos humanos, mientras en su territorio se enjaula a niños al estilo de las fieras más agresivas.

¿O ya olvidaron esos espeluznantes episodios en la frontera con México durante la Administración Trump? A mí no.

El mismo derecho que tiene Estados Unidos de repatriar a inmigrantes irregulares de todas las nacionalidades—lo que hace en cantidades impresionantes cada mes—lo tiene este pequeño e irrelevante país, cuya construcción ha costado mucha sangre, sudor y lágrimas. (Winston Churchill).

De modo que, por encima de lo que opine la CIDH, nuestras autoridades están en el deber aplicar las normas migratorias establecidas, o estarían violando su juramento de cumplir y hacer cumplir las leyes y la Constitución. Para esto no hay punto intermedio.

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