¿Una nueva crisis financiera en República Dominicana?
Por Juan Carlos Espinal. Cuarenta y ocho años de golpes de estado, 1962- 1963, de conflictos sociales y políticos, 1966-1978; de miedos y de recelos, 1978- 1986; de afilar cuchillo para sus propias gargantas, 1990-1994; por ejemplo, no podían borrarse así como así.
Los engranajes de la maquinaria electoral de las élites de los partidos políticos tradicionales continuaban girando alrededor del gran capital especulativo, en todas las circunscripciones.
Las élites del status que siguieron sospechando que cualquier movimiento opositor no era más que un astuto recurso de las minorías sindicalizadas desplazadas para hacer bajar la guardia al gobierno y derrotarlo mejor.
El hundimiento de la institucionalidad democrática, 1966-1978, la desintegración continua del PRD, 2000-2004 y la disolución del estado de derecho hizo imposible pretender que nada había cambiado y, menos aún, creerlo.
Pero, si algo había cambiado, ¿Qué era realmente lo que había cambiado?
La guerra civil, 1963-1965, había transformado el panorama político en tres sentidos.
En primer lugar, había eclipsado totalmente las rivalidades político-ideológicas y congelado los conflictos socio-económicos.
Algunos partidos tradicionales, el PRSC, por ejemplo, desaparecieron porque las grandes corporaciones de la época pos revolución se desvanecieron para dar paso a otras, y con ellas sus rivalidades sobre las dependencias satelitales que gobernaban.
Otros grupos empresariales como el PRD acabaron porque los grupos de élite de los partidos políticos tradicionales, excepto los que habían quedado relegados a la segunda o tercera división de la política nacional, el PQDC de Elías Wessin y Wessin, por ejemplo, y las relaciones entre ellas ya no eran autónomas ni, en realidad, mucho más que de interés coyuntural.
El PRSC de Joaquín Balaguer y el PLD de Juan Bosch enterraron sus diferencias después de 1995, por el hecho de Jose Francisco Peña Gómez formar parte del mismo bando liderado por los intereses políticos de los norteamericanos y la hegemonía capitalista de Washington sobre la Unión Europea no permitía que la sostenibilidad interna del peso respecto al dólar se descontrolara.
Aún así, es asombrosa la rapidez con que se perdió de vista la principal preocupación de los organismos internacionales al acabar el ciclo de una era neo liberal, a saber, la inquietud del PLD y sus bases de sustentación social y política acerca de los planes de recuperación de la economía política y de los proyecto asociales y anti sociales del FMI para cobrar las deudas históricas acumuladas y compensar las derrotas sociales.
En segundo lugar, el hundimiento económico de las fuerzas sociales de clases medias se debió al franco estancamiento de la producción nacional, más que a un error de planificación demográfica.
Las viejas industrias de CORDE entraron en decadencia, y su productividad anterior, tras las privatizaciones, cuando simbolizaban la religión oficial del estado en su conjunto, hizo que su decadencia fuese más evidente.
Los mineros de la “Rosario Dominicana” que en los años ochenta se contaban por cientos, acabaron siendo más escasos que los licenciados universitarios de la UASD.
La industria siderúrgica canadiense, la “Falconbridge”, empleaba ahora a menos gente que las hamburguesas Mc Donalds.
Cuando no desaparecieron, las transnacionales corporativas se iban de los viejos países satelitales a otros paraísos fiscales, en el Caribe tercermundista, America Central, Panamá, Islas Caimán o allí donde el discurso de la competitividad existiera.
La industrial textil, de la confección y del calzado, es decir, los “zonas franqueros,” emigró en masa hacia América Central.
La cantidad de empleados en la industria textil y de la confección de pantalones “jeans”, por ejemplo, se redujo a menos de la mitad entre 2000 y 2008.
Mientras desaparecían las últimas reservas naturales estratégicas, las autoridades públicas – pienso ahora en la Barrick Gold – de Medio Ambiente bajaban a las minas abandonadas para mostrar a la opinión pública lo que antes habían hecho las multinacionales en la eterna explotación de la oscuridad capitalista.
Las antiguas zonas azucareras del Este dominadas por la Gulf and Western se convirtieron en cinturones de miseria, una especie de museo experimental del Neoliberalismo de los EEUU, que los empresarios agrupados en el CONEP o la Zona Industrial de Herrera, explotaban, con cierto éxito, en todos los sentidos.
El turismo todo incluido y barato sustituyó a las antiguas industrias, aunque no eran las mismas industrias, a menudo no estaban en los mismos lugares, y lo más probable era que la Asociación de Hoteleros y de Propietarios de Restaurantes estuviese organizada de modo diferente.
El periodismo rosado de los años noventa, que hablaba en las revistas “En Sociedad” y en “Ritmo Social” del Listin Diario lo sugiere.
Las grandes fábricas de producción se encontraban muchas veces en ciudades o regiones marginales de la Provincia Santo Domingo, dominadas por varias industrias, unidas marginales por la segregación residencial y por el lugar de trabajo, en una sociedad multicéfala: todos los barrios de Herrera, los Alcarrizos, Pantojas y Haina si vale, carecían de las características sociales de la modernidad.
Era una imagen poco realista del crecimiento sin desarrollo económico, pero representaba algo más que una verdad política simbólica.
En los lugares donde las viejas estructuras industriales florecieron, como en los países de industrialización reciente del tercer mundo o las economías capitalistas industriales, frenadas por el neoliberalismo, las semejanzas con economías dependientes del FMI habla por sí misma, en lo que hoy es lo que ahora es la ruina del Ingenio Río Haina.
Desde luego, al final de la era de las privatizaciones, y de forma harto visible en los años noventa, las clases medias, y los trabajadores, acabaron siendo víctimas de los nuevos monopolios y nuevas brechas tecnologías, especialmente los hombres y mujeres no calificados, o sólo a medias, de las cadenas de montaje, fácilmente sustituibles por máquinas automáticas.
Con el paso de las décadas, la gran expansión de la economía de servicios, de los años ochenta y noventa, dio paso a una etapa de problemas económicos y en el nuevo milenio, la producción nacional, por ejemplo, dejó de expandirse al ritmo acelerado de antes.
La fuga de capitales era evidente.
Las crisis financieras de principios de los años ochenta volvieron a generar paro masivo por primera vez en los veinte años subsiguientes al fraude Baninter, por lo menos en algunos gobiernos mal aconsejados, como el del Ing. Hipólito Mejía Domínguez.
La crisis financiera desencadenó, por ejemplo, una verdadera quiebra institucional.
República Dominicana, en el Siglo 21, entre 2000- 2004, destruyó 1,000,000 de empleos indirectos.
Entre 2002 y 2004, por ejemplo, la cifra total de desempleados potenciales se disparó, cerca de la cual no ha logrado recuperarse en torno de la población activa civil del conjunto de la economía de servicios desarrolladas, en donde a estas alturas se encontraba muy por encima del 20 por 100.
En primer lugar, las fuerzas sociales de clases medias, salvo en casos excepcionales, siempre habían sido una minoría de la población activa.
En segundo lugar, la crisis de la clase trabajadora y de sus movimientos sociales, sobre todo en la vieja clase proletaria, fue evidente mucho antes de que se produjesen indicios serios de decadencia entre las izquierdas populistas.
En tercer lugar, esta , la del Siglo XXI, no fue una crisis de clase, sino de conciencia.
A finales del Siglo XX, las vario pintas y nada más homogéneas poblaciones de Navarrete, Licey al medio y Nagua, por ejemplo, que se ganaban la vida vendiendo su trabajo manual a cambio de un bajo salario aprendieron a verse como una clase trabajadora única, y a considerar este hecho como el más importante de su existencia, con mucho de su situación como seres humanos excluidos, dentro de una sociedad que se llamaba democrática.
O por lo menos llegó a esta conclusión un número suficiente de profesionales liberales de clases medias como para convertir a las élites de los partidos políticos tradicionales y personalidades independientes y sus movimientos externos, que apelaban a ellos esencialmente en épocas electorales, en su calidad de asalariados, como así indicaban sus nombres, en tendencias empresariales representativas de los diferentes grupos sociales en pugna.
De hecho, la economía de bienes de consumo no perecederos para las masas había colapsado en todas partes en el período de globalización neoliberal.
Los hijos de los funcionarios públicos, por ejemplo, no esperaban ir a los liceos públicos y, rara vez iban a los hospitales públicos de emergencias del sistema de seguridad social.
Casi nunca se matriculaban en la universidad del estado.
Un economista de derechas, Fernando Álvarez Bogaert, enviado al CEA durante los doce años del Dr. Balaguer regreso boquiabierto: “…Os dáis cuenta, habría contado a sus colegas décadas después” “…Los camaradas capitalistas de EEUU y sus aliados satélites de la periferia del Gran Caribe estaban quebrando…”
La crisis global del capitalismo neoliberal había congelado la situación nacional en los anos de pos guerra, y al hacerlo, había estabilizado lo que era un estado de cosa provisional y por fijar.
El congreso actual era el caso más visible: durante cuarenta y ocho años permaneció dividido De facto, si no, durante largos periodos, de apéndice del Poder Ejecutivo y, más allá de la reelección y el Presidencialismo, se convirtió en parte, en sectores representativos de la crisis de gobernabilidad de las diferentes tribus políticas.
La desintegración del PRSC reunificó al PLD, hundió al PRD y dejó los partidos políticos satelitales anexionados al bipartidismo, separados del resto de la sociedad civil por el presupuesto nacional que ahora era independiente de la constitución.
Pero, en el Siglo 21, la estabilización del país no era la paz. Apenas pasó algún año entre 1962 y 1995, por ejemplo, sin que hubiese conflictos sociales graves en alguna parte.
No obstante, los conflictos socio políticos estaban contenidos por las fuerzas armadas, o amortiguados por el miedo de los organismos internacionales a que provocasen una insostenibilidad abierta entre las élites.
Las reclamaciones de fraude electoral, históricamente hablando, por ejemplo, eran antiguas y constantes, pero no condujeron al caos institucional, hasta que la Junta Central Electoral dejó de ser un foco de tensión balaguerista y de confrontación automática entre los partidos políticos tradicionales. Después de 1990, es seguro que el “FMI” hubiera desaconsejado firmemente cualquier aventura reeleccionista en la zona.
Por supuesto, el desarrollo de la política interna de los partidos políticos no resultó congelada de la misma forma, salvo allí en donde tales cambios alteraran o pareciesen alterar, la lealtad a la institucionalidad dominante respectiva.
En resumen, solo una cosa parecía sólida e irreversible ante tanta incertidumbre: los extraordinarios cambios sociales y políticos, que experimentó la economía fondo monetarista de pos guerra, sin precedentes en su magnitud, sus consecuencias en las sociedades urbano-rurales en proceso de urbanización, impactaran en consecuencia.
Estos cambios ocuparan, o deberían ocupar, un espacio mucho mayor en las tribunas nacionales, y en los medios electrónicos, en los análisis políticos de radio y televisión, en especial en los artículos y portadas de opinión de los periódicos de circulación nacional.
Ahora, dirigimos nuestra atención hacia la construcción de un futuro mejor.