Descifrando la desidia internacional frente al colapso de Haití

Por Nathanael Concepción. Dentro de once días se cumplen cinco meses del magnicidio del presidente Moïse. Este asesinato aceleró el proceso de disolución del Estado haitiano y la subsecuente crisis multidimensional que abarca la seguridad y economía. Además, impacta el tejido social creando un drama humanitario, que según el más reciente informe de la FAO afecta la alimentación del 46.8 % (5.3 millones) de la población haitiana.

Mientras el colapso del Estado haitiano y sus repercusiones se agudizan, no se produce ninguna acción concreta que haga entender que la comunidad internacional se involucraría en la solución de esta grave crisis. La inquietud que surge en consecuencia es: ¿Cuáles son las razones que motivan esta indiferencia?

La repuesta parece estar en una combinación de factores: (1) Las situaciones internas que atraviesan los principales actores llamados a jugar un rol relevante en esta crisis; (2) los traumas de las nueve intervenciones internacionales en Haití; (3) la poca relevancia que le asignan a Haití en el contexto internacional y (4) la creencia de que la crisis haitiana puede tener una solución dominico-haitiana.

En lo que concierne a la situación de los principales actores llamados a jugar un rol relevante en esta crisis (Estados Unidos, Unión Europea, Canadá y Francia), estos gobiernos afrontan problemas producto del impacto socioeconómico del covid-19, que ha reducido su capacidad financiera, dificultado la viabilidad política de su acción internacional y reenfocando sus prioridades hacia sus problemas nacionales. Este conjunto de desafíos dificulta la movilización de recursos hacia un país como Haití, que en apariencia no resulta relevante para sus intereses nacionales.
Con respecto a las intervenciones internacionales en Haití, su crónica inestabilidad política ha provocado que desde el 1993 a la fecha se hayan realizado nueve intervenciones: Milcivih, Unmih, Unsmih, Untmih, Miponuh, Micah, Minustah, Minujusth y la Binuh creada para “asesorar al Gobierno de Haití en la promoción de la estabilidad política y el buen gobierno”.

El hecho de que, luego de todas estas intervenciones no se haya garantizado de forma sostenible la seguridad, desarrollo y estabilidad de Haití es lo que ha provocado que muchos sean escépticos sobre la conveniencia de desplegar otra misión en la que se inviertan cuantiosos recursos sin los resultados esperados.
Sin embargo, también es cierto que el colapsado Estado haitiano carece de la capacidad de solucionar sus problemas debido, entre otras cosas, a que las pandillas ostentan el control efectivo del poder.

En consecuencia, sin la configuración de una misión del mantenimiento de la paz, bajo el capítulo VII de la carta de la ONU, que ayude a recuperar el orden y la seguridad, no se vislumbra una solución a esta crisis.

Una nueva intervención deberá aprender de las lecciones del pasado e integrar un programa que promueva la estabilidad política y el desarrollo. Además, deberá evitar violaciones a los derechos humanos por parte de sus miembros y seguir un estricto protocolo sanitario evitando la introducción de enfermedades como el cólera.

En el contexto internacional actual, se produce una competencia geopolítica de alta intensidad entre Estados Unidos y China. Esto ha provocado que el enfoque fundamental de la administración Biden esté centrado en contener el creciente desafío de China. Esto implica que para Estados Unidos considerar prioritario, en términos de acción exterior, la situación de un país, este debe tener una conexión con la competencia geopolítica que tiene con China.

Por ejemplo, en el mes de noviembre el secretario de Estado, Blinken, realizó una visita a Kenia, Nigeria y Senegal para impulsar una iniciativa de mediación que ponga fin a la violencia en Etiopia. ¿Qué hace que para la política exterior norteamericana sea más relevante intentar poner fin al conflicto violento en el lejano Etiopia, África y no lo haga en Haití, que está más cerca?
La respuesta reside en que, a diferencia de África, donde China tiene una presencia importante y ha invertido miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura estratégica, China no tiene una presencia importante en Haití, quien, a su vez, tiene relaciones diplomáticas con Taiwán.

El hecho de que Haití sea el país más pobre del continente americano, que no posea recursos estratégicos y que comparta la isla con un país de renta media como la República Dominicana, ha provocado que, desde hace tiempo, en determinados círculos del poder internacional, se vislumbre que la solución más factible a la perenne crisis haitiana es que nuestro país asuma gradualmente la sostenibilidad de Haití.

Sin embargo, la realidad es que, aunque quisiese, la República Dominicana no cuenta con la capacidad de absorber la dimensión del drama socioeconómico haitiano. Si intentase hacerlo, colapsaría juntamente con Haití. En ese sentido, se debe de reafirmar que no hay, ni puede haber, una solución dominicana al problema haitiano.

En definitiva, lo que se requiere es una intervención internacional que ayude a recuperar el colapsado Estado haitiano.

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