El eslabón perdido

Frei Betto

Hace tiempo que la ciencia busca el eslabón perdido entre el mono y el hombre. Ya existe un consenso de que Darwin tenía razón. Hasta el papa Juan Pablo II, que no era de dar su brazo a torcer, admitió la pertinencia del darwinismo. Lo que obligó a los obispos de Argentina, seguidores fundamentalistas del creacionismo, a suspender en las escuelas católicas la enseñanza de que entre Dios y nosotros no hubo más intermediarios que Adán y Eva.
Los creacionistas no pueden ir más allá de la idea de un dios alfarero que dio vida a los prototipos humanos jugando con arcilla y soplando el barro. Si dieran un paso más en la genealogía de la primera pareja se verían en una situación comprometida. Si Adán y Eva tuvieron solo hijos varones –Caín, Abel y Set–, ¿cómo se explica la vasta descendencia de la cual formamos parte? ¿Seríamos todos hijos e hijas de un paradisíaco incesto?
Como los antiguos hebreos no frecuentaban la universidad y, por tanto, no empleaban el lenguaje académico, abstracto, en toda la Biblia no hay ni una clase de doctrina o teología. Su lenguaje es el de los hijos de Minas, se basa eb relatos. Se ve lo que se lee. El lenguaje figurativo, propio de los pueblos semíticos, transforma los conceptos en imágenes. La palabra hebrea que significa “tierra” le dio origen a Adán y “vida” a Eva, en una descripción plástica de la noción de que Dios creó el mundo y a la humanidad. Lo curioso es que el autor bíblico sugiere que la vida provino de la tierra, lo que la ciencia solo pudo demostrar en el siglo XIX, cuando se descubrieron las leyes de la evolución del Universo.
La Biblia solo quiere expresar que Dios es el creador del Universo, incluidos los seres humanos que, aunque son obra divina, padecen de dos limitaciones insuperables: plazo de caducidad y defecto de fabricación. Lo que la doctrina cristiana llama el pecado original.
Es algo obvio: todos mueren un día, a pesar de las academias de letras repletas de inmortales, y no son pocos los que muestran grandes defectos de fabricación: a lo largo de la vida se hacen corruptos, mentirosos, delincuentes, oportunistas, segregadores, machistas, homofóbicos, cínicos. En resumen, hombres sin atributos, diría Robert Musil. Y muchos con una curiosa afición por la política.
¿Cuándo se dio el salto del simio al ser humano? ¿El día en que el mono utilizó un palo como extensión de sus manos, como muestra Stanley Kubrick en el filme 2001, una odisea del espacio? ¿O el día en que el orangután decidió, al contrario de toda la familia zoológica, dejar de comer cuando tenía hambre y establecer un horario para las comidas? ¿Sería la tarde del sábado cuando el mono adobó la caza con pimienta y la asó a la brasa que quedara de un incendio producido por el rayo, sin saber que inventaba el churrasco?
Un verdadero ser humano sería una persona dotada de creatividad. ¿Quién ha visto un nido de gorriones con un balconcito o un pequeño anexo para alojar al hijo recién casado? Pero ocurre que la creatividad es también un atributo de los delincuentes. Tal vez sea mejor caracterizar al ser humano por sus virtudes: una persona generosa, altruista, ética, solidaria, amorosa, capaz de compartir sus bienes y dones. ¿Eso existe?
Si estamos de acuerdo en que eso es un proyecto, una perspectiva, un sueño, entonces hay que aceptar que el eslabón perdido entre el mono y el hombre somos nosotros, la cadena de mamíferos que comienza con la curiosidad de Adán y Eva, que metieron las narices donde no los llamaban, y que llega a la generación actual, contemporánea de Biden y Putin. Dos buenos ejemplos de la especie prehumana que anda metida en asuntos turbios, donde mete los pies crea un desbarajuste y vive invadiendo el espacio ajeno.
Nosotros somos el eslabón que estaba perdido y que siempre tuvimos delante de los ojos. Basta con mirarnos al espejo. Lo verdaderamente humano es todavía un proyecto de futuro. En caso contrario, el eslabón acabará por romperse y el proyecto humano quedará como una utopía. Quizás realizable en algún otro planeta donde abunde lo que tanto falta por aquí: vida inteligente.
O quién sabe si el Creador decida pasar en limpio su creación por segunda vez. Dudo que la destruya con un nuevo diluvio, El agua es hoy un bien escaso. Dios es generoso, no derrochador. Tal vez el calentamiento global sea el primer indicio de que todo se convertirá en ceniza. O quién sabe si nosotros mismos apresuraremos el apocalipsis desencadenando una guerra nuclear. Entonces comenzará un nuevo Génesis.
Sospecho que el sexto día Dios creará animales inaptos para desarrollar una cadena evolutiva. Y el séptimo día se acostará en su hamaca del Jardín del Edén, porque nadie es de hierro, y contemplará la belleza el Universo, ahora libre de la amenaza de un peligroso depredador descendiente de los monos, el eslabón entre lo que ya no es y lo que nunca fue.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de Sinfonia Universal – A cosmovisão de Teilhard de Chardin (Vozes).

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