El país donde todo es “aquí “y “allí” 

Por Manuel Matos Moquete. Iba hundiéndome en mis raíces a medida que me acercaba a los ecos fronterizos y a los calores infernales. Llegué a un lugar donde todo quedaba tan cerca que todo era nombrado con un “aquí “y un “allí”; y donde la gente no decía “¡señor, en qué puedo servirle”, sino “el hombre, deme algo!”; “el hombre, no e comío”, “el hombre, lléveme con uté”, “el hombre, haga algo por mí”.

En ese justo lugar donde las voces de lástima resonaban en el teclado de mi máquina llamado “aquí” y “allí”, y cuyo nombre luché por aprender y que hoy quisiera olvidar de haberlo sabido, me encontré con el filósofo Mingo y el politólogo Quiterio. Al poco rato, conversábamos los tres amigos del gallo y la gallina. Pregunté por el nombre del lugar, y nadie me respondió: “aquí” y “allí” fueron los únicos nombres que salieron de sus bocas. La gente era taciturna.
El ver que los amigos eran tan sabios e inteligentes, les propuse que me dijeran qué pensaban del lenguaje y la literatura, impertinencias de citadinos. Solo recordaban lo que había dicho Ramón Lacay Polanco de ese sitio “aquí “y “allí” en la novela El hombre de piedra. Y como quería saber más les pedí que abrieran las páginas de ese libro donde se describía ese mundo con un “allí” innominado y un concierto de tragedias. Me respondieron, don, no sabemos de letra, pero, las podemos recitar, porque “aquí” sí sabemos de nuestras cosas y somos memoriosos. El país profundo es:
“Allí, donde la higuera parece haberle negado su futuro al señor y no asoma la doncella de Samaria, y el polvo hace siglos que enturbia las pupilas y reseca los labios con aridez de cardencha: allí, donde naufragan los hombres y las noches se horadan de estrellas en profunda desesperación, y el grito solitario se aferra sobre los corazones como garras, y las enredaderas, y el cundeamor, y el “palo de chivo”, y el cañafístol crecen, libremente, madurando las auroras y asesinando emociones.”

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